A lo largo de una vida pasas por etapas en las que la búsqueda y su interrogante no hallan un espacio por donde colarse dentro de los parámetros en los que se desenvuelve tu existencia. En esos tramos no hay preguntas que hacerse porque estás comprometido en responder a las constantes exigencias que impone el cuerpo y su sustento, la mente y el desarrollo de sus facultades, o el afecto y su gama de relaciones emocionales –amor de padres, de hijos, de amantes, de amigos… amor por lo que haces–.
¿Quién tiene tiempo de indagar más allá de este marco que ya de por sí está repleto de contrastes? Casi nadie le da cabida al Interrogante a no ser que la Búsqueda misma le seduzca en algún tramo del camino. A no ser que el lienzo sobre el que pintas tus días tenga fisuras y por ahí se pierdan tus fuerzas, cayendo irremediablemente en tus abismos con un “porqué” en la garganta; o que ya nazcas con la duda incrustada en la frente y tu destino sea el de esos peregrinos de la noche oscura que caminan en dirección hacia el alba.
Sea como fuere, hay un denominador común entre las personas que somos vividas por el arquetipo de la Búsqueda: por mucha información que acumulemos, o muchos caminos que andemos, ya esté claro el día o sea noche cerrada, lo cierto es que siempre se antepone una distancia entre nosotros y los tesoros que esconde el horizonte hacia el que dirigimos nuestra mirada; no importa cuán lejos has llegado en tu viaje de conocimiento, pues lo que buscas se aleja a la misma velocidad que avanzas. Y no importa cuánto tardes en rendirte a la evidencia de que lo que la Búsqueda te está exigiendo es un salto confiado más que un paso metódico y complaciente… Pero ese salto requiere la energía que fuiste dejando a tu espalda en cada negación que no pudiste o no quisiste o no supiste transformar en un sí-mismo.
Es llegado a este punto que el buscador desanda sus pisadas y va reinventando el pasado a fuerza de sanar fisuras… Algo mágico le sucede en este recorrido, pues, al desapegarse de la búsqueda, encuentra un horizonte sobre cada paso, una claridad en cada paisaje que recordaba sombrío, una fuerza en cada herida sanada. Y es así cómo, sin darse cuenta, sin ya pretenderlo, ha dado un salto sobre sí mismo…
Sea como fuere, hay un denominador común entre las personas que somos vividas por el arquetipo de la Búsqueda: por mucha información que acumulemos, o muchos caminos que andemos, ya esté claro el día o sea noche cerrada, lo cierto es que siempre se antepone una distancia entre nosotros y los tesoros que esconde el horizonte hacia el que dirigimos nuestra mirada; no importa cuán lejos has llegado en tu viaje de conocimiento, pues lo que buscas se aleja a la misma velocidad que avanzas. Y no importa cuánto tardes en rendirte a la evidencia de que lo que la Búsqueda te está exigiendo es un salto confiado más que un paso metódico y complaciente… Pero ese salto requiere la energía que fuiste dejando a tu espalda en cada negación que no pudiste o no quisiste o no supiste transformar en un sí-mismo.
Es llegado a este punto que el buscador desanda sus pisadas y va reinventando el pasado a fuerza de sanar fisuras… Algo mágico le sucede en este recorrido, pues, al desapegarse de la búsqueda, encuentra un horizonte sobre cada paso, una claridad en cada paisaje que recordaba sombrío, una fuerza en cada herida sanada. Y es así cómo, sin darse cuenta, sin ya pretenderlo, ha dado un salto sobre sí mismo…
GIRASOLES AL AMANECER en Espai Vital – Manresa
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¡¡¡Gracias, amig@s, por inspirar una nueva página en el recorrido de los girasoles!!!