Siempre asoman a mi pensamiento muchos recuerdos de aquellas etapas peregrinas que viví en el Camino de Santiago. Ahora me parece que han pasado vidas desde entonces, pero lo cierto es que lo auténtico de la vida siempre nos acompaña aunque cambien las geografías que nos circundan y los personajes que nos acompañan. El Camino sigue viviendo en mí, no ya como una senda horizontal (que también), sino como un eje vertical que se pierde en las profundidades del sentimiento y un vuelo en las alturas que traduce otros códigos de lenguaje. Así contado parece idílico, pero lo cierto es que en esta peregrinación interior me sigo encontrando con los mismos elementos de antaño. A veces me pierdo, a veces no tengo claras las señales, a veces el cansancio me detiene, a veces encuentro un rostro amigo y siento la alegría de compartir lo que sea que llevemos en nuestras particulares mochilas, el pan, el vino, la palabra que nos alienta a seguir dando pasos…
Sí, se puede decir que sigo haciendo Camino, esté donde esté, incluso cuando me hago hospitalera y recibo a otros peregrinos del alba que llegan a casa cansados y con las botas embadurnadas de barro. El Camino y la Hospitalidad se llevan en el corazón. Y buscadores hay por todos lados, también en las grandes ciudades. Entonces, si me abstraigo por un instante del escenario, sé que en cualquier momento se puede dar un encuentro de almas, y que cada día nos ofrece lo que necesitamos para seguir avanzando. Lo importante, así como he ido descubriendo, es no ponerle muchas condiciones a la vida. Cuando hay amor, ganas de compartir, entusiasmo, cualquier circunstancia es buena para expresarlo. Cuando estoy cansada, apática, huraña, le echo la culpa a las circunstancias, e incluso a veces las cambio, pero sólo para comprender que si no hubo transformación en mi actitud, en mi percepción, sigo andando con desgana aunque me pongan el cielo por debajo de los pies…