Despidiendo a un inquilino en el tiempo
Respiras profundo mientras los dedos teclean estos renglones, como pidiéndole al aire que oxigene las palabras de despedida, las que hayan de acudir a pronunciarse en este adiós sin uvas ni campanadas todavía. Seguirán girando las estaciones y podrás mirar desde otra perspectiva lo vivido, y dará igual por dónde y cómo lo contemples en la rueda del tiempo: este año lo verás siempre como el que dio acogida a un inquilino que se instaló en tu mente y con el cual has convivido en los últimos meses.
Acaso fuese más efectivo que el dulce espacio del silencio o la música callada del corazón tocasen las notas del adiós sin discurso ni creencia, y no darle voz a las palabras que durante tanto tiempo han respirado aires rancios de emociones manidas, las que no pueden sino exhalar lo re-sentido, lo repetido una y otra vez en los circuitos cerrados de una percepción que te atrapa ahí donde no hay orificios que ventilen olores añejos.
Sí, tal vez fuera más positivo enmudecer cuando las palabras no pueden renovar los aires, cuando se vuelven cansinas de trasladar siempre lo mismo. Porque si las palabras son vehículos con el poder transportar la materia sutil de los sueños, también se hacen portadoras de esa sustancia turbia y espesa que hace los días pesados, que te deja sin fuerzas para afrontar el reto de seguir viviendo. Las palabras son potencias creadoras o destructivas y las que van cargadas de emociones pesadas pueden ser una losa brutal allá donde caigan, sean o no pronunciadas, pues al igual que hay una música callada que resuena en otro corazón, también están los pensamientos no expresados que se convierten en inquilinos de la mente que los hospeda.
Pero no, el paradigma mental no ofrece hospitalidad, esto es cosa del corazón, del Hogar. La mente absorbe y se apropia y dice “esto es mío” cuando las palabras peregrinas pasan por la puerta hablando de libertad, de amor, de conocimiento; o entra en conflicto contra esas creencias que se aposentan sedentarias en tu cabeza y no armonizan con los parámetros que te identifican. «Esto no es mío. Aquí hay un intruso y hay que echarle fuera», gritan entonces tus emociones. Lo que pasa es que en esta contienda intentas desalojar tu casa de «eso» con lo que no te identificas y lo haces proyectando la acometida contra «eso» del otro lado que lo refleja. Pero al final resulta que el embate se está dando dentro de ti, en tus propias percepciones.
Tu paradigma mental está en conflicto contra ese inquilino al que abriste la puerta cuando llegó con los bolsillos llenos de oportunidades que luego resultaron falacias. Gran batalla la de este año para expulsar lo que dices que no es tuyo, lo que adjudicas al mundo que te rodea, pero ¿cómo desalojas las sombras que el intruso ha despertado en ti, las que han vivido en tu mente y se han nutrido de tus emociones? ¿Debajo de qué excusa te escondes si ya todas las creencias que sostuvieron la percepción de lo que eres han sido saqueadas? Todo en ti ha quedado a la intemperie, sin techos ni paredes. La cruel batalla te ha dejado sin murallas que definan lo que es tu conquista (lo que tomaste del mundo) y lo que te ha sido arrebatado porque lo entregaste sin soltarlo. No ¡Basta! Ya no quedan fuerzas que malgastar en esta encerrona absurda.
Y así llegas a la última hoja del calendario anual y repites el ritual de uvas y campanadas renovadoras de propósitos que han de motivarte a girar otra vuelta en la rueda del tiempo. Lo que pasa es que esta noche es especial porque ahí mismo donde recibiste el año puedes respirar más profundo y decir adiós ya sin miedos ni agravios. Por esta vez la despedida no te deja acidez en el paladar sino el dulzor del fruto maduro en la palabra. Adiós y gracias por la dulzura en la madurez de un proceso. Adiós y gracias por la esencia del aprendizaje que vino a traerte ese inquilino cuyo nombre es Crisis.
Y lo mágico del asunto es que ha sido al darle la vuelta al inoportuno ocupante cuando le has reconocido en el giro de tantas estaciones vestido de las circunstancias más variopintas. ¿O acaso no es también el mismo párrafo que te has vivido de tantas maneras, pero siempre del revés? Tu sueño no necesita paredes donde colgar cuadros con paisajes, ni techos donde pintar estrellas. Y allá donde está tu sueño, el tuyo, está tu Hogar.
Un propósito inédito quiere nacer entre las campanadas que tocan el final y el comienzo. Ojalá que las palabras peregrinas y los pensamientos inquilinos cesen de cincelar culpas en las paredes de la mente y retornen a la conciencia del Hogar.
El Hogar es un estado del ser sin muros que separen lo tuyo de lo mío, ni techos que limiten el desarrollo de lo que somos. Despertar a esta dimensión es sentimos libres de ser lo que somos ahora, y que esta libertad libere el amor oprimido en lo que no pudo ser.
El Hogar es una transparencia en la percepción que nos hace ver y aceptar el mundo así como es, y no como quisiéramos que fuera.
El Hogar es nuestro espacio más sagrado, y como inquilinos de la mente nos vamos preparando para habitarlo. Hasta que finalmente descubrimos que es el Hogar el que nos habita mientras no le contaminemos con la basura que captan nuestros cerebros o la que está acumulada en nuestras memorias inconscientes.
Nos relacionamos con los demás a diferentes niveles de intercambio pero nos quedamos y arraigamos y permanecemos en ese corazón donde sentimos la sensación de estar en casa, de no ser inquilinos saqueadores en el espacio que nos alberga.
El Hogar es una alianza a nivel sutil que no se deja atrapar ni condicionar; el contexto y formas de relación no dan garantías de Hogar por muchas veces que nos casemos o por muy numerosa que sea nuestra familia o por muchas casas que construyamos. Y acaso sea por esto que, salvo en momentos puntuales, todos somos niños huérfanos que vamos creando un mundo de sustitutos y artificios y proyecciones que nos hagan olvidar la incertidumbre del destierro.
La añoranza del Hogar, más despierta o más latente en cada cual, es el anhelo profundo de intimidad en el acto de relacionarnos. Sentirnos en casa en el corazón de otro ser, albergar al corazón que nos alberga, porque esa sensación compartida nos recuerda el cuidado esencial de una madre, la protección inherente al padre, la complicidad y reconocimiento y apoyo en la hermandad…
Recuerdas en esta despedida el dulce espacio del silencio. La música callada del amor danza libremente en tu respiración. Empieza otro giro en la rueda del tiempo y esta vez ya no estás fuera sino dentro del corazón de la casa, de la familia, de la sociedad, del universo… Y sonríe la última campanada en el Hogar que te recibe y acoge y da la bienvenida a las puertas de un corazón que te está llamando desde adentro…
Desde este rincón en una esquina del viento
soplo en las plumas de un pajarillo que
oirás cantar en algún momento
mis mejores deseos para ti
y todas tus relaciones…