Leyendo el libro de Fritjof Capra “El Tao de la física», detengo mi lectura en el final de un capítulo que acerca los descubrimientos recientes de la física cuántica y los planteamientos sostenidos por los místicos orientales durante miles de años.
El científico que observa las partículas atómicas en sofisticados aparatos de medición y el místico que practica técnicas de meditación para traspasar toda concepción adherida a la mente humana concluyen en el mismo punto aun habiendo recorrido diferentes vías. Esto es, la unidad indivisible que subyace en todas las formas y manifestaciones. Ambas vías, la física atómica moderna y la tradición oriental ofrecen la misma visión de la realidad última como un complicado tejido, o telaraña, de relaciones entre las diversas partes de un todo unificado. Relaciones que se alternan, superponen y combinan determinando así la textura de la totalidad…
Mi tendencia natural hacia la meditación me ha acercado desde siempre al mundo de los místicos huyendo de las abstracciones científicas. Desde hace años busco a través del acallamiento de la mente el trasfondo que da forma, sostiene y une hasta las contradicciones más evidentes. Sin embargo, he de reconocer que Capra ha conseguido atraparme en su exposición sobre los avances de la física subatómica. Al principio, me he visto como la observadora de esas partículas que constituyen el átomo. He vivido el proceso de identificación en sus probabilidades de existir o sus tendencias a ocurrir. Según los resultados de tales experimentos de medición, estas partículas no son nada si no es a través de su relación con el resto de componentes del microuniverso que las sostiene, y lo más curioso de todo es que el observador se incluye como un elemento más del proceso. Los científicos empiezan a cambiar la idea de observador por el de participe. En palabras de Heisenberg: “Lo que nosotros (los físicos) observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de interrogación…”
Luego, a medida que avanzo en la lectura, me he convertido en la misma partícula. Me he separado del todo que me constituye para descubrirme en mi individualidad, para finalmente comprender que no soy nada como ente aislado, sino que son mis relaciones a todos los niveles las que dejan una huella en la trama del tejido vital.