dedicado a Marco Antonio Cortés Montoya, 2008
Érase una vez un acontecimiento que podía haber pasado en cualquier día del año pero ocurrió el 29 de octubre de 2008. Dicho caso, que a continuación te voy a relatar, le podía haber sucedido a cualquier niño de este planeta azul, pero le pasó a uno que, entre todos los nombres del santoral, fue bautizado como Marco.
¡Sí, así como te llamas tú!
Marco, este muchachito del que te hablo, podía haber sido rubio o pelirrojo, de piel clara y ojos verdosos como los de su padre; pero no, tomó la tez aceitunada y los ojos castaños de su madre. Y también, por qué no decirlo, una dulzura innata en sus rasgos angelicales –aunque este último detalle no se sabe a quién ha de adjudicársele–.
Podía haber vivido este infante en cualquier lugar del país, pero lo cierto es que desde los dos añitos residía en un pueblo de Andalucía llamado Castillo de Locubín…
Como todos los niños de este pueblo, también Marco iba cada día al colegio, pero en la fecha en que sucedieron los hechos ocurrió algo excepcional. ¡Era su cumpleaños! Y con motivo de celebrar esos siete añitos, sus padres le habían preparado un regalo fenomenal. ¡Una excursión para que Marco y sus amigos disfrutaran en un parque de atracciones muy especial!
En el día señalado el otoño les regaló una mañana soleada aunque, todo hay que decirlo, una fresca brisilla sacudía las pocas hojas que quedaban en los temblorosos árboles; un hecho que sin duda anunciaba la cercanía de otro invierno. Las atracciones del Diver Park también lucían invernales y solitarias cuando los cinco niños, bien abrigados, entraron en el parque a media mañana.
– ¿Por qué no hay gente todavía, Marco? –le preguntó al festejado su amigo Jose María.
– Porque mi papá conoce al dueño de este sitio y le ha pedido que hoy nos reserven el parque completo para nosotros solitos –respondió Marco muy satisfecho.
– ¡Qué bicoca! – exclamó Raúl–. Así podremos subir a todas las atracciones sin tener que hacer cola…
– ¡Empecemos por ésa! –Álvaro señalaba el carrusel y ya iba dando zancadas hacia él.
– ¡Esperadme, que yo también quiero marearme! –gritó Jose mientras aceleraba el paso.
Marco y sus amigos disfrutaron sin límites de todas las atracciones disponibles. Hicieron carreras en los cars, giraron en la noria y el carrusel, saltaron en las camas elásticas, se balancearon en los diferentes autos y ¡hasta algunos hoyos en el mini-golf acertaron!
Sin embargo, fue a última hora cuando los padres de Marco desvelaron por fin la gran sorpresa que le tenían reservada a su benjamín.
– Pero, papá, este coche no es ninguna extrañeza. Ya lo conozco de otros parques a los que antes me has llevado…
Marco estaba señalando un gran coche rojo al que su padre, con gran regocijo, le había ido retirando el toldo; hasta que finalmente apareció el auto ante la mirada decepcionada del niño.
– No apresures tanto tus conclusiones, hijo –el papá pacientemente le dijo–. Es cierto que ya te has subido otras veces en este vehículo, pero aún no has viajado en él como es debido. ¡Te lo aseguro!
– ¿Y cuál es la diferencia? –preguntó el niño con el ceño fruncido.
– Ahora la conocerás, ¡y vas a saber lo que es bueno! –dijo el padre mientras aupaba a su hijo en el asiento delantero.
– ¿Para qué sirve este botón, papá? –preguntó Marco, entusiasmado de nuevo, señalándole a su padre una luz roja e intermitente al lado del volante.
– Ese botón es la llave, hijo. En cuanto lo pulses y se ponga de color azul empezará tu viaje. Recuerda que a partir de ese momento ya nada podrás preguntarme. ¡Ahora conduces tú!
El niño pulsó el botón rojo con mucha solemnidad y, para su gran asombro, se activó un mecanismo que rápidamente iba aislando el coche del exterior. Luego los cristales cambiaron de paisaje y el niño ya no pudo ver a sus amigos ni a sus padres. A través de las ventanas observó que la panorámica se deslizaba hacia atrás, como si el coche estuviera avanzando a través de esas imágenes.
– ¡Bienvenido a Fantasía! –dijo una voz desconocida que Marco no supo ubicar–. No debes tener miedo, amigo, porque yo te acompañaré en todo el recorrido. ¿Cómo te gustaría llamarme?
– ¿Carmen? –dijo el niño con un ligero temblor en los labios, o, para ser más concretos, con una mezcla de incredulidad y desconcierto.
– ¡Me gusta ese nombre! –respondió la cantarina voz–. Y dime, Marco, ¿en qué lengua quieres que hablemos, en catalán, en valenciano o en castellano? Tengo entendido que te buscaron en Cataluña, naciste en Alicante y ahora vives en Andalucía…
– ¿Hablar? –preguntó Marco algo mosqueado–. Pero si no nos hemos visto todavía…
– Yo te estoy viendo, amigo; y si tú mirases de verdad también me verías.
–Entonces, ¿qué hacemos? ¿Hablamos, jugamos al escondite, o viajamos? –preguntó Marco mirando con cierta precaución hacia todos lados.
Mientras tanto, ante el viajero se iban deslizando paisajes que Marco jamás había visto antes, ni siquiera en la televisión o en los videojuegos. Una mezcla de imágenes coloridas resaltaba en los ventanales del auto, entrecruzándose para formar dibujos, como si una mano invisible los estuviera trazando. Una y otra vez, el movimiento generaba sin cesar nuevos trazados que pasaban con rapidez ante la mirada sobrecogida del muchacho, y en seguida se transformaban en otras formas más raras que ni siquiera él, con su dilatada imaginación, hubiese podido fantasear.
– ¡Eh, amigo, no vayas tan deprisa, que a esa velocidad nadie ha entrado en Fantasía! –dijo la voz con suavidad.
– ¡Ya sé! –exclamó Marco–. Esto es un programa incorporado a un navegador, y tú eres un personaje virtual. Pero, ¿dónde estás?
– No te apresures tanto en tus conclusiones, muchacho, que ésa no es la solución –dijo la voz.
Poco a poco, surgió una imagen definida a través de los cristales: un campo primaveral cubierto de amapolas. Tan real le resultó a Marco ese paisaje que hasta pudo escuchar el trino de los pájaros y exhalar el aroma de las florecillas. Por el camino vio que se le acercaba, canturreando, una niña de cabellos morenos; sin prisas, y a cada paso, la desconocida se paraba a coger una flor por aquí y otra por allá.
Para gran asombro de Marco, la niña entró en el auto, se instaló en el asiento del copiloto y, dejando las flores a un lado, se abrochó el cinturón de seguridad.
– Esto no es un programa virtual, amigo –le dijo ella después–. Esos programas sólo sirven para adormecer la imaginación de los niños. Aquí eres tú quien conduce, es tu pensamiento el que pinta la realidad que va asomándose al cristal.
– Y, entonces, ¿quién eres tú? –preguntó Marco con un asomo de timidez.
– Yo soy la voz de tu fantasía. Esto quiere decir que tú y yo, juntos, podemos pintar el mundo como a nosotros nos gustaría –Carmen hizo un guiño travieso– ¿Cómo quieres hacer tu universo particular, muchacho?
El niño se quedó pensativo. Fijó la vista en el cristal del auto y, de repente, observó que ya no estaba el paisaje anterior, sino que eran sus pensamientos los que, mágicamente, iban tomando forma en las ventanas del coche. Vio a sus amigos jugando en el recreo de la escuela, a su maestra escribiendo en la pizarra, a sus abuelos frente a la tele, a su papá entrando en casa después del trabajo, a su mamá arropándole en la noche. Todos sus recuerdos asomaban al cristal y se iban, pero el rostro triste de una de sus vecinas se quedó ahí parado, mirándole, y no quiso marcharse.
– Me gustaría que la gente se riera más –dijo Marco.
– Pues hazlo, amigo –le sugirió Carmen–. ¡Píntale a esa mujer una sonrisa amable!
– ¿Con qué lápiz?
– ¿Es que aún no lo has comprendido? Sólo tienes que mirarla en tu cabeza como a ti te gustaría que ella fuera…
Marco cerró los ojos y se imaginó una sonrisa en aquel rostro. Entonces, para su gran sorpresa, la vecina le sonrió desde el cristal del auto
y después desapareció…
– ¿Por qué se ha ido su sonrisa y sólo ha quedado esa estrella? – preguntó Marco a la voz de su Fantasía mientras su dedo señalaba un brillante lucero.
– ¿No sabes que toda sonrisa se convierte en una estrella? Cualquier noche que no esté nublado, mira hacia arriba un rato y verás que el cielo entero te está sonriendo.
– Entonces, ¿está triste el cielo cuando no se ven las estrellas? –preguntó Marco intrigado.
– ¡Claro que no! –dijo Carmen–. La alegría siempre está. Lo único que sucede es que a veces sólo sentimos las nubes que se le anteponen. Pero, por detrás del nublado, siempre ríen las estrellas en la noche, y el sol durante el día…
– ¡Así es muy fácil ver reír al sol! –dijo Marco con alegría, señalando la imagen que había aparecido en el ventanal del coche–. Este sol no deslumbra ni hace daño en los ojos como el de todos los días…
– A veces, Marco, las cosas nos hacen daño para protegernos. Un daño pequeño puede evitar males mayores –dijo Carmen.
– ¿Cómo quedarse ciego? –preguntó el niño.
– Por ejemplo –respondió ella–, pero yo me refería, más bien, al “daño” que a veces te hacen tus padres o maestros…
– Tú pareces una niña muy mayor, Carmen, pues hablas igualito que la gente grande…
– Tienes razón, Marco, dejemos de parlotear y sigamos con nuestro viaje… Por cierto, ¿qué te gustaría ser de mayor?
El niño pensó en las tareas de la “gente grande” y, como al azar, se imaginó siendo un ejecutivo respetable. Al momento apareció un rostro serio a través del ventanal, ¡el suyo pero con arrugas de crispación y algunos años más!
Rápidamente, decidió que sería mejor convertirse en un hombre de conocimiento, de esos que sabían un montón de cosas sobre física, astronomía, matemáticas o filosofía, pero al instante cambió de opinión cuando a través del cristal vio a un hombre solitario, triste, viejo y cansado.
La profesión de bombero le pareció más emocionante, hasta que los cristales del coche prendieron en llamaradas de fuego.
El miedo condujo a Marco a una tarea más segura, por poner un ejemplo, la de banquero, pero pronto se convirtió en una tortura estar tantas horas contando dinero.
Sin duda era mejor ir, como hacía mucha gente de su pueblo, a la cosecha de la aceituna, y ya se estaba llenando el paisaje de olivos y fardos cuando el frío de la mañana le puso el vello de punta a Marco; decididamente, cogería las olivas verdes y en el plato.
Y así fueron pasando por la mente del niño, y por los cristales del auto, un montón de profesiones que enseguida iba él rechazando. Al final, aburrido ante un viaje tan real, Marco le dijo a su guía, un poquito enfadado:
– ¡Este viaje no resulta muy fantástico, Carmen! ¡Vamos a regresar al parque con mis amigos y mis padres!
– ¡Oh! –exclamó la niña muy sorprendida–. ¿Cómo quieres que regresemos si aún no te he mostrado Fantasía?
– ¿Fantasía? –preguntó Marco extrañado–. A mucha distancia debe quedar ese lugar, si todavía no he visto dragones, ni duendes, ni hadas, ni sirenas, ni héroes… en fin, que hasta el momento sólo he visto gente de todos los días.
– Eso es porque todavía no hemos cruzado la frontera de Fantasía, amigo –dijo Carmen con tono alentador–. Pero, mira, mira hacia el fondo y verás cómo cambia el paisaje y sus colores…
Marco miró en la dirección que la niña le estaba señalando y, para su sorpresa, tuvo que darle la razón a ella.
– ¡Es verdad! ¡Parece diferente! –exclamó–. ¿Habrá gente en ese lugar?
– Eso depende de tu imaginación, amigo, pues tú mismo vas a darle a Fantasía, población y colorido. Así que si no te gusta la gente de todos los días, tendrás que inventarte otra más festiva –dijo Carmen con un tono que a Marco empezaba a resultarle algo irritante.
– ¡Ah! ¡Ya entiendo! –dijo el niño con desparpajo–. ¡Tú estás segura de que, como antes no me gustaba ninguna profesión, puede irme bien la de inventor!
– Para eso se necesita genio y figura, muchacho –le respondió Carmen–, y tú todavía no me has mostrado esas cualidades…
Marco, que ya estaba hasta la coronilla de viajar con aquella niña tan listilla, decidió aplicarse a la tarea de inventor, y poniendo todo su empeño en tan novedoso asunto, se imaginó el mundo así como a él le gustaría que fuera.
Pintó de flores multicolores las montañas y los valles por donde correteaban incontables animales y, para su sorpresa, consiguió que la flora y la fauna hablasen. A todos les pidió consejo de cómo hacer un paisaje perfecto. Sin embargo, unos y otros empezaron a discutir sobre qué era más importante, decorar los asuntos de la tierra, o dedicarse a pintar estrellas en el cielo.
Y Marco, que quería dejar a todos satisfechos, convocó una reunión con los diferentes representantes de su creación:
– Las flores son lo más importante –dijo doña Mariposa–. No le hacen daño a nadie, embellecen el campo y perfuman el aire…
– Pero, que se sepa, no alimentan más que a los insectos –la interrumpió don Manzano–. Nosotros, los árboles frutales ¡sí que somos necesarios!…
– ¿Acaso no tienen más sustancia los cereales? –inquirió doña Cebada.
– No sólo de frutas y pan viven los personajes– intervino doña Ilusión–. ¡Qué sería de Fantasía si sus habitantes sólo pensaran en la digestión!
– ¿Y en qué otra cosa vamos a pensar? –preguntó don Roedor.
– ¡Lástima que Marco no os haya pintado alas! –exclamó don Águila Real–. ¡Bien alto os alzaríais hacia el cielo si supierais lo emocionante que es volar!
– En vez de tanto hablar, todos los que estáis aquí debierais alabarme –dijo don Río–. ¡Pues sin agua no sois nadie!
– ¿Acaso no es más vital el aire? –reclamó don Viento–. ¿Quién puede vivir sin un soplo de aliento?…
Marco, viendo que los componentes de la asamblea no se ponían de acuerdo, los hizo callar a todos gritando:
– ¡Silencio! ¡Ya estoy harto de tanta importancia particular! ¡Todos somos necesarios en Fantasía! En realidad, nos hemos reunido aquí para hacer este lugar más bonito todavía…
Marco dio claras instrucciones a cada personaje de Fantasía. Les dijo que lo más importante era que cada uno realizara su tarea lo mejor que supiera, sin enfadarse ni quejarse.
Luego, antes de iniciar su viaje de retorno, se despidió de todos con mucha alegría, prometiéndoles que algún día volvería de nuevo a visitarles.
– ¡Vaya, vaya, amigo! –sonó de nuevo la cantarina voz de Carmen–. Al final me voy a creer que eres el mejor inventor que he conocido…
Marco miró hacia donde sonaba la cantarina voz y, de repente, vio que Carmen se alejaba ya por el mismo campo por donde antes apareció.
– ¡No te vayas tan deprisa, Carmen! – gritó el niño desde el coche – ¿No ves que hemos llegado al parque y quiero presentarte a mis amigos y a mis padres?
Carmen, desde lejos, se dio la vuelta y le dijo canturreando:
-¡Feliz cumpleaños, amigo! Disfruta de este día tan bonito… ¡Ah!, por cierto, Marco, cuando quieras volver a Fantasía, sólo tienes que llamarme, con auto o sin auto…