Me da por meditar con la libertad, en estos meses en los que se va estrechando cada vez más el cerco de libertad de elegir, cuando la incertidumbre ocupa el espacio de la libre elección de aquello que era posible vivirse. Pensar en el término libertad no ensancha ningún límite, pero me da por pensar en ello, aunque sólo sea por sentirme yo, mismamente, libre por dentro.
Libertad es una de las palabras más mencionadas de mi diccionario personal. Pensando ahora con esta palabra, y con otras también primordiales que fueron marcando mis señas de identidad, veo que las palabras, al igual que las herramientas, se usan y se desgastan con su propio uso.
Las palabras fueron partes de un trayecto vital. Han sido instrumentos para hacer un camino personal y, en este transcurso, si es que nos lo hemos vivido, llegamos a una percepción que ya no necesita esos moldes de palabras, o también se podría decir que pasamos de ser usuarios, repetidores y difundidores de palabras, a ser creadores de nuestras propias palabras.
Sigo usando las palabras para tomar consciencia de tanta perplejidad en los asuntos de la vida. Pero sé que las palabras renuevan sus significados cuando vienen con la corriente vital de cuanto está sucediendo, ni antes ni después. Cuando es, si es, la armonía es completa, total, entre la vivencia y las palabras que toman nota de la vivencia.
Libertad es una de esas palabras que siempre se escapa, en la vivencia, del diccionario de las definiciones.
La libertad en su sentido esencial, definible en sensaciones o definible en experiencias, sale del diccionario de las palabras, se escapa del discurso abstracto de cualquier interpretación o ideal o ilusión sobre la realidad de sentirnos libres.
Pude leer “libertad” en los libros que sostuve en mis manos de niña y que teóricamente debían ampliar mi horizonte de visión, mi curiosidad por conocer, comprender, saber del mundo en el que habito y de mí misma, de mi verdadera naturaleza (al menos teóricamente). Pude también leer “libertad” en aquellos libros de más adulta que sostuve en mis manos afanadas en la faena; esos libros que ningún ministerio eligió para mi desarrollo, y que tal vez ellos mismos me eligieron para comunicarme tantas definiciones posibles e imposibles de la libertad, invitándome siempre a pensar de lleno en cómo hacer un camino de sentirme libre. Pude emocionarme al leer y escuchar “libertad” en poetas que entregaron el alma en sus poemas como única arma ante el atropello opresor de toda dictadura.
Echando la mirada hacia atrás, no sé cuándo pude ver los ojos de la libertad, desde el intelecto, por primera vez. Pero la vivencia de la libertad (o de la falta de ella), no me era desconocida. No necesitaba que vinieran los libros a hablarme de la libertad. Yo sabía, aunque no supiera definirla, por experiencia directa, qué es y qué no es la libertad.
Y ¿qué es y qué no es la libertad?
Como palabra, como forma y significado, la libertad es una invención puramente humana. La civilización expone su doctrina y su didáctica de qué es y qué no es la libertad, y la presenta como un cuento infantil contado para mentes que nunca deben crecer y convertirse en librepensadores, en seres completos, conscientes, con capacidad de tomar sus propias decisiones de vida.
Pero la libertad es un fenómeno real, de la realidad, de cuánto de reales somos. Antes de que viniese nuestra ciencia y verbalizase o escribiera esta palabra y sus significados, la libertad ya existía.
Veo a la libertad como puedo ver la evidencia del día que es día o de la noche que es noche. La evidencia de que la salud es salud y la enfermedad es enfermedad. Evidencias que las personas vamos viviendo.
La evidencia de la libertad es anterior a lo que escriba cualquier científico, cualquier filósofo, cualquier legislador. Es la evidencia de la libertad que se visibiliza cuando las miradas están receptivas y despejadas de obstáculos para ver esa libertad. Si la mirada se limita, también queda limitado el marco y el contenido del paisaje. Una libertad con ribetes, bordes, fronteras, es como una libertad para ser colgada de un cuadro, recordada como algo que fue una vez y que dejó de ser para convertirse en algo decorativo.
La libertad es evidencia. Es la evidencia de un universo infinitamente infinito, en el cual experimentamos nuestra indivisa individualidad; nuestra libertad compartida con el aire, el agua, la tierra, el fuego, los vegetales, los animales, los demás seres que componen nuestra humanidad. Un universo de espacio y de tiempo incógnitos sosteniendo a universos nacientes que van haciéndose experiencia y conocimiento, paso a paso, en cada camino particular e intransferible.
Es la evidencia de la libertad que se respira en todo aquello que es real, auténticamente libre. La libertad de las células. La libertad de la sangre, la libertad de los latidos del corazón, la libertad de todos los maravillosos fenómenos que se desarrollan en el transcurso de la vida, desde aquellos que se producen en nosotros mismos, en el interior de nuestros cuerpos, como de aquellos que se producen en grandes espacios: las mareas, los vientos, las fases de la luna o las auroras boreales.
La libertad es. No necesita de significados, doctrinas, leyes ni estatutos. ¿Y su razón de ser o no ser? Allá cada cual con sus adhesiones y rechazos. Yo sé que las mejores cosas que me han sucedido en la vida acontecieron libremente, sin un porqué establecido. Reconozco entonces que, por mucho empeño que ponga en comprender el sentido de cuanto sucede en estos tiempos, el universo, de tan amplia magnitud y libertad, va haciendo también su propio camino, libremente. Y nada ni nadie está fuera de esa Magnitud, ni siquiera quienes se creen con poder de modificar a su antojo las leyes de la Naturaleza.
Si la libertad es real, ha de ser un estado de sintonía con todo cuanto es real y no un producto de las interpretaciones y artificios de mentes manipuladoras que crean realidades artificiales.
En estos tiempos en los cuales suena tanto el término confinamiento, me da por meditar con la libertad; me siento libre por dentro cuando estoy en sintonía con lo real.