¡Que sí! Que ya sabemos que todas las primaveras repiten los mismos códigos año tras año. Pero hoy se nos permite repetir que no son las mismas flores, ni los mismos trigos, ni las mismas hojas en los árboles… Ni siquiera cada uno de nosotros somos los mismos, en este viaje precipitado por las estaciones donde, sin embargo, la vida se recrea en su permanente impermanencia, sin dejar de recordarnos que recrearse no es morirse, sino moverse siempre a favor de la vida, cuyo principal propósito es el de no extinguirse nunca.
De hecho, como en un borrón y cuenta nueva, la primavera escribe juventud y vitalidad frente a los días oscuros y fríos del invierno que a su vez propiciaron el aprendizaje de sentirme humilde frente al incuestionable misterio de la existencia, tan humana y tan universal; tan evidente y visible en los entresijos de la vivencia personal, como también en el sol que enciende cada mañana la gran pantalla de la realidad donde van surgiendo signos renovados entre tantas criaturas asomándose a la vida.
Una vez más viene la primavera a recordarme de los individuales florecimientos en la respiración de cada corazón que se aventura a abrirse y exhalar en el porvenir de cada nueva esperanza, de cada destino completándose sin cansancio, dando tiempo al propio tiempo en el giro incansable de los ciclos…