Vivimos como criaturas de un bosque mental, acechando y a la vez siendo acechadas, marcando nuestros territorios, definiéndonos en esto o aquello o lo mejor; negando lo otro, lo peor es lo otro y del otro, en una constante contraposición del ser y no ser.
Las alturas de la percepción abarcan los dos extremos de la dualidad con toda su gama de contrastes. Y no hay motivo de conflicto cuando vemos que cada pensamiento, cada sensación, cada movimiento, ocupan su lugar en el todo que nos configura.
Esto lo ve la mirada que alza el vuelo y contempla las cosas desde más arriba. Ganamos la altura que se sobrepone a la jaula identificadora, y una visión más amplia acoge lo que antes hemos negado, lo que antes no considerábamos como nuestro. Son instantes de comprensión profunda, de paz expansiva donde quisiéramos anclar el enfoque de la consciencia y quedarnos ahí donde sucede la percepción sin límites: la libertad…