La vida no es una tómbola, pero a veces se presenta como algo parecido a una tómbola, donde lo aleatorio, la suerte, parece determinar en grado sumo el desenlace de acontecimientos. Sin embargo, lo que parece es sólo una apariencia.
Es simplemente que, como seres humanos, tejemos mundos complejos. Decimos que haremos tal cosa y realmente estamos pensando tal otra. Lo que anhelamos en un espacio del ser, lo hacemos naufragar en otro. Vivimos en la contradicción, y es solamente en momentos excepcionales –esos instantes unificados que nos gustaría convertir en costumbre– donde pensamos, sentimos, hablamos y vivimos en completa unidad.
El caso es que no estamos sujetos a ese mundo externo, circunstancial y contradictorio, pero en él vivimos y avanzamos. Entonces, se diría que poco hemos avanzado en lo personal, si pretendemos sujetarnos a la incertidumbre cuando el viento levanta el oleaje poniendo el caos en nuestra travesía. Cada tormenta actualiza dónde estamos situados en cada naufragio y es un gran avance –más acá de todo conocimiento y experiencias vividas– saber dónde está nuestro eje, nuestra esencia imperturbable.
Entonces la vida ya no se presenta como una tómbola sino como una gran paradoja en la cual, avanzar, es aquietar la inquietud haciéndonos unidad con el mástil esencial de nuestra nave…