“El problema de mi vida me anonada más cuanto más pienso en él. Quiero ser algo en el mundo, cultivar un arte, vivir de mí misma. El desaliento me abruma. ¿Será verdad, Dios mío, que pretendo un imposible? Quiero tener una profesión, y no sirvo para nada, ni sé nada de cosa alguna. ¡Esto es horrendo! Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia. No sabré amar por obligación; sólo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres, que se han cogido el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos nos saben andar…” – Pérez Galdós
Ha pasado mucho tiempo, y han ocurrido muchos cambios, desde que este novelista del siglo XIX permitiera que el grito acallado de las mujeres de antaño hiciese eco en el devenir de la historia. He de reconocer que la fuerza de esta voz resonó también en mi desarrollo personal y, sin embargo, nunca me identifiqué ni tampoco me he implicado con el movimiento de reafirmación feminista más allá de gritarle a mi madre, en la adolescencia, por qué tenía yo que hacer la cama u ordenar la habitación de mis hermanos, o por qué éstos podían llegar más tarde que yo a casa. Admiro, no obstante, el grito que lanzaron otras féminas fuera de los tabiques del hogar, y cuya persistencia logró abrir las puertas para que la mujer pudiese elegir dónde y cómo quería desarrollar su expresión vital; lo admiro y lo agradezco puesto que, sin los cambios que ellas propiciaron, las veredas seguirían siendo estrechitas para unos y para otras…
¿Y qué grito, o de qué mujer, arrojaría Pérez Galdós en nuestros días? En el transcurso de mi existencia me he relacionado con mujeres que se asemejan al hombre, y con hombres que abanderan el modelo de la mujer. En la eterna danza de energías primordiales que se contraponen y abrazan al son de una misma música, que es la vida, he visto la ternura en los ojos de un padre y la autoridad en la mano educadora de una madre; he trabajado con directivas agresivas empeñadas en hundir a la competencia y con empleados sumisos que, resentidos y humillados por el despotismo de sus jefes, descargan su ira contenida en el hogar; he visto llorar a un amigo por un desamor y, anteriormente, he pasado horas escuchando las artimañas que mi amiga urdió para conquistarle… Después de tantas miradas sujetas al prisma hombre-mujer, cocina-despacho, cromosoma X-Y cromosoma, me interesa más la esencia masculino-femenina equilibrándose en cada persona. Busco referentes en el ser humano que evoluciona hacia la figura arquetípica del andrógino, y sé que para ponerme en el camino de alcanzarlo, tengo que comenzar renunciando al rebaño de mis hábitos, en el hogar y en el trabajo, pero, ante todo, en esos pensamientos ajenos que se piensan a través de mi cabeza.
Si una-o se para a pensar en sus revoluciones cotidianas y particulares, siempre llega a la conclusión de que acaba poniéndose el traje que antes rechazaba. Y es que, en el fondo, todas-os somos quijotes-soñadores buscando a su dulcinea-real, o sanchos-prácticos que finalmente despiertan en un sueño-quijotesco. Por eso no me interesan los roles que niegan lo opuesto, me interesa qué es lo que me afirma desde dentro cuando todo se derrumba a mi alrededor… Y este ¡sí! es el grito que hoy me anima a seguir planchando, creciendo, cocinando, aprendiendo, tejiendo sueños, o bailando en la plaza del pueblo…
Con la Asociación Las Mercedes de Alcalá la Real Jaén
¡¡¡ Gracias, amigas alcalaínas, por ese cariño con el que habéis acogido a esta niña aceitunera!!!