La energía circula por todos los rincones del ser, con tanta fuerza que se desborda más allá de los límites concebidos por la personalidad. La comunión con la brisa, con los rayos del sol, con el paisaje…, acaece inesperada y sorprendentemente. La paz se instala en el corazón como un sosiego que en nada se parece al vacío, el aburrimiento o la desidia. Es un estado de plenitud en el cual el ser se llena de todo, porque con todo puede identificarse, a la vez que nada le pesa, puesto que a nada se queda aprehendido.
Por momentos, la desbordante energía causa dolor físico. El cuerpo quiere estallar en millones de partículas y fundirse con el universo, o postrarse ante la magnitud de la Madre Tierra para sentir el éxtasis de la rendición. En un instante sin tiempo, el ser comprende que toda la creación, toda la belleza y abundancia de este planeta, es el resultado de ese gozo perenne en el que vive la Pachamama. Una clara revelación atraviesa la mente: el cielo existe en la plenitud terrenal y no es preciso esperar la muerte para habitarlo. Se trata de una comunión, de dar el salto y alcanzar las luminosas semillas de los dioses para sembrarlas en la realidad cotidiana, de disfrutar de sus frutos en este presente.
De esa comunión brota la adoración, la auténtica alegría, esa mágica conjunción de estados del ser que hemos olvidado. Y esa comunión también nos obliga a traspasar la pesadumbre de una batalla que proyectamos hacia los demás, hacia lo externo, pero que siempre es contra nosotros mismos. Aflicción que a la vez es la alegría de ser partícipes protagónicos del drama cósmico, danzantes al son de las fuerzas escogidas. Y cuando la fuerza del Amor nos elige, cuando ya nos sentimos danzando en sus designios, sólo nos queda atender el llamado y despertar, avivar el fuego interior en nuestra sangre divina…
Extracto del libro Girasoles al Amanecer
Encuentro en Montserrat
¡¡¡Gracias, Madre Naturaleza, por tu limpia, tu abrazo, tus colores, tu perfume!!!