«Había una vez un peregrino que en su trayectoria por esos mundos encontró a tres picadores. Saludó al primero preguntándole qué hacía y éste le respondió en forma de queja:
– ¿Qué hago? Machacarme la espalda durante horas, día tras día, llueva, truene o abrase el sol. Destrozando mi vida así como se rompen estas piedras.
El peregrino se acercó al segundo picador y le hizo la misma pregunta:
– ¿Qué hago? – respondió el aludido con voz cargada de realismo – ¿Acaso no es evidente que estoy picando piedras?
Y, por último, el caminante abordó al tercer picador con la misma pregunta y éste alzó sus ojos soñadores hacia las alturas, como si pudiera ver en el aire formas ajenas a la mirada común:
– ¿Qué hago? – respondió con una sonrisa cómplice – estoy construyendo una catedral.»
Personalmente he respondido como estos picadores en distintas etapas de mi vida. Ante las evidentes preguntas que desata el dolor, el miedo o el sinsentido, me he quejado; también he sido realista y conozco de la resignación; pero, cuando veo mi particular «catedral» entre nubes y emociones, siento que cada realidad cincela una capacidad de adaptación, a la vez que cada imaginación construye su propia libertad…