Me gusta verme en los ojos ¿cándidos? -sí, los tuyos- que se empeñan en esquivar la fealdad del mundo y extraen la mejor imagen de allá donde se fijan. Y tú, amigo, estarás de acuerdo cuando te digo que esas fotografías preciosas son muchas, incontables, pero se duermen en el fondo del álbum memorial, como si el impacto de la mirada crítica fuese más contundente en su empeño de estar siempre despierta, en portada y de actualidad.
“Basura por todas partes”, grita el ¿opinante? -sí, ése de allá- y en todos los rincones del parque se oye la voz de alarma, y todos hacen coro de opinión ante la queja… Hasta que llega una mano ¿incondicional? -sí, la tuya-, y su gesto silencioso deja pulcro el lugar, poniendo en su lugar el abandono de otros.
Apenas se escucha ni retumba el silencio de la acción necesaria.
¡Sí, amigo mío! Me gusta ver a través de la inocencia. Y, cuando ésta me presta sus ojos, noto que me envuelve una sonrisa cándida, libre, despreocupada de lo que pueda ser, ocupada plenamente en lo que ahora está siendo, sin creerse demasiado el cuento del futuro ni del pasado. Ese cuento del que opinan los contadores tantas versiones, y que siempre está arrancando las hojas y las horas del presente…