Los cuentos universales están repletos de símbolos que se pueden adaptar a cualquier época y circunstancia. Acabo de releer “El Traje Nuevo Del Emperador”, y lo que «veo» es que este cuento viene muy a cuento con los tiempos que estamos viviendo. Mas, sin entrar en detalles, copio el resumen y dejo que cada cual interprete la moraleja así como lo “vea”.
“Hasta la misma presencia de un emperador, llegaron dos charlatanes que se designaban a sí mismos sastres de altísima costura. Afirmaban ser capaces de elaborar las más delicadas telas y confeccionar el más asombroso traje que ningún humano pudiera imaginar, ya que dicha prenda tendría la facultad de ser invisible para quienes estuviesen afectados por el extravío mental, esto es, por la locura. Con el fin de demostrar sus habilidades, los tejedores sólo exigían que se les entregase el dinero necesario para comprar los bordados, los hilos de oro y todo lo preciso para su confección.
Admirose el emperador de tan maravillosa cualidad y pensó en el lucimiento del fabuloso traje con motivo del desfile de las fiestas cercanas, queriendo saber cuán de cuerdo era su pueblo; con lo cual otorgó a los charlatanes todo aquello que éstos solicitaron.
Los sastres, encerrados bajo llave en una estancia del palacio, simularon trabajar día y noche en la confección de sutiles telas con las que hacer el más ligero traje jamás visto ni soñado.
Curioso el soberano por saber cómo avanzaba su vestimenta, envió a dos de sus criados a comprobar los trabajos; pero cuál fue la sorpresa de éstos cuando, a pesar de ver cómo los picaros hacían como que se afanaban en su quehacer, no pudieron ver el traje ni las telas. Obviamente, supusieron ambos que estaban afectados por el mal de la locura, y ni el uno ni el otro comentaron nada al respecto; por el contrario, cuando fueron a dar explicaciones al emperador, se deshicieron en loas y parabienes para con la confección de los pícaros.
Llegado el momento en que el traje estuvo terminado, el emperador fue a probárselo, mas, al igual que sus criados, tampoco conseguía ver prenda alguna, por lo que cuerdamente obvió su falta de visión e hizo como si se probara la prenda, alabando su delicada belleza. Los cortesanos que acompañaban al emperador, presas de la misma alucinación, también se deshicieron en alabanzas con el asombroso traje, a pesar de que ninguno de ellos era capaz de verlo. Y es que eran conocedores todos de la cualidad asombrosamente detectora del mismo, por lo cual todos callaron y afirmaron su existencia.
Llegado el día de la fiesta, el emperador se vistió con el invisible traje y, montado en su caballo, salió en desfile por las calles de la ciudad. La gente, también conocedora de la rara cualidad que tenía el nuevo atuendo, aplaudía ante el paso del emperador en una hipnosis colectiva. Hasta que un niño de corta edad, inocente donde los haya, dijo en voz alta y clara «pero si el emperador va desnudo».
Tal claridad pareció despertar las consciencias de todos aquellos que presenciaban el desfile, primero con murmullos y luego a voz en grito. Todos se unieron en la misma verdad: «el nuevo traje del emperador no es tal», … «el nuevo traje del emperador no es tal»…
Los cortesanos y el mismo soberano se dieron pronto cuenta del engaño, pero cuando fueron a buscar a los picaros sastres, éstos habían desaparecido con todo el dinero, joyas, oro y sedas que les habían sido entregados para confeccionar el nuevo traje del emperador… // Cuento de Hans Christian Andersen en el año 1837