Diga de lo que diga, es intrascendente. Todo está dicho.
Hablo pues de cualquier cosa, por ejemplo, de un rato bajo la sombra de un árbol, o puedo hablar de caminos que salen de cualquier parte y, caminando por ellos, no sabes si es el camino quien se desplaza hacia atrás o si son tus propios pies los que avanzan.
De sendas, de piedras…, de una golondrina escribiendo su vuelo sobre la página azul del cielo.
Puedo hablar o hacer silencio, y las cosas seguirán siendo.
Me siento en una piedra y escucho la vecindad del viento, el movimiento de la retama, el temblor brillante en las hojas del árbol que me da sombra. Son lo que son aunque las palabras no toquen su existencia. Y, aún así, bendito don del lenguaje y de la comunicación, cuando en el camino te encuentra un diccionario que reúne el mundo y sus significados con palabras impresas sobre el papel blanco.
Abro el libro o, mejor dicho, él me es abierto con el impulso del viento de la tarde, por la eme, Magia, aquí viene la palabra.
Y después escribo estas líneas…