«Ser feliz no depende de nadie»
Ahí andamos, tratando de anclar frases positivas en todas nuestras células y en todos nuestros espacios, sobre todo en los que pisa nuestra realidad. Ya sabemos desde el intelecto. Ya vamos viendo. Pero a veces se resisten las emociones, sobre todo las espesas, las que gritan su hambre de carnaza miserable que las mantenga vivas, y su grito nos araña las entrañas.
En ese reclamo vienen los recuerdos a la mente, las frustraciones, los desengaños, los desencuentros. Y le ponemos un nombre a nuestra desazón, y un rostro, y unos ojos que nunca nos vieron realmente, porque siempre miraron su propio brillo o su propia sombra en el espejo que nuestros ojos ofreció al mirarlos. Es entonces cuando despierta y ruge en nuestro interior la fiera de la desazón y la ansiedad, adormecida e indolente en la letanía de las frases positivas que no alimentan el sufrimiento.
Entonces es cuando digo «Ser infeliz tampoco depende de nadie» Yo alimento la dicha y también el desasosiego. Y cuando me quedo sin fuerzas para la una (la dicha) y para lo otro (el desasosiego), viene el recuerdo de nuestra amistad, el propósito común de ser felices, de ser plenos, de acudir a esa cita que tenemos con el amor auténtico; el que no depende de nadie, el que no pone ninguna puerta delante donde haya que llamar, porque ya nos está llamando desde adentro…