Mujeres dentro de una mujer

Tantas mujeres dentro de una mujer…
La primera que conocemos, la madre que nos pario, la cual, tengamos hijos o no, sigue extendiendo sus brazos desde adentro de los nuestros, en el cuidado que ponemos allá donde llega nuestro compromiso, al alcance de nuestros brazos.
Otras veces, da igual lo grandes que nos hizo el tiempo, somos hijas necesitadas de un abrazo más grande que el que nosotras mismas podemos darnos, porque no siempre estamos al alcance de nuestra capacidad de consuelo.
Un abrazo o un zarandeo que sacuda esas cargas que se nos adhieren a la espalda, ahí donde no alcanza nuestra mirada.
Al lugar de las confidencias acudimos como amigas, como hermanas. Como soledades compartidas que dejan de estar solas en un rato de complicidad. ¡Qué importa lo que hacer o decir! Siempre surge el momento de las confesiones, de abrirnos a la intimidad de reconocernos más adentro de las diferencias. Y ahí, compartiendo nuestra esencia, nos damos cuenta que la esencia femenina nos alimenta con un mismo y único pecho.
Alguna vez nos dimos la espalda por acaparar el fulgor de un mismo corazón que se puso delante. Pero la vida siguió girando y también pudimos girarnos para comprender que ese corazón por el que competíamos siempre estuvo en nosotras. Sólo era cuestión de desenmascararlo y desenmascarnos.
Conocedoras del juego, nos hemos apoyado en la complicidad de saltarnos las normas y también hemos cuidado de que la norma se cumpliese, ante todo, para no caer en el barro donde caímos antes, ante todo por no irnos hacia el otro lado de los límites de nuestra impecabilidad.
A veces hemos visto más de lo que vimos. Alguna vez sabemos menos de cuanto supimos. Pero lo cierto es que en cada presente tienen más realidad los sueños que pintábamos antaño, cuyos esbozos son más luminosos porque tienen el resplandor de la conciencia, de lo experimentado tierra adentro de esas vivencias donde fuimos a dar más luz.
Por eso la Madre Tierra nos abre sus cuevas, donde seguimos gestándonos a nosotras mismas, donde ahí dentro, y desde adentro de nosotras, cantan juntas todas las mujeres que nos habitan:
Mujer, yo soy mujer, mujer de luz, mujer de amor.
Mujer yo soy mujer, mujer de vida que da calor.
Mujer yo soy mujer, mujer que vibra en un mismo corazón…
Sin onomástica ni cumpleaños. Viejas como la luna oscura, que se ha tragado su luz de tanto vivir; inocentes en la luna nueva que se cree en la bondad del cuento, ignorando maldades. Aprendices en luna creciente, y rebosantes de resplandor como el plenilunio.
A ratos el sol de cada día nos lleva en volandas de su aliento, y otras veces parece que llevamos el peso de todos los nubarrones acostado en nuestro pecho… Sin embargo, siempre, siempre, siempre, estamos siendo abrazadas por la Esencia, aunque nuestros brazos no caigan en la cuenta, por eso de estar siempre allí donde hace falta echar una mano…

Conflictos

En la quietud de las aguas emocionales medito profundamente aun sin llegar a la raíz de un conflicto, sea cual sea la apariencia del drama que me sale al encuentro. Está claro que no se trata de culpables, y si hubiera de tratar el asunto desde este prisma, no podría yo sacudirme la parte que me corresponde. Algo sucede ahora, y sucede en todos los tiempos. Algo perceptible con más intensidad para los seres más sensibles. Los procesos se aceleran o ralentizan dependiendo de la esfera donde los vivo. Siempre está cayendo un paradigma y está emergiendo otro. Cada día es tiempo de hacer la apuesta personal: ¿Pongo mi energía en lo nuevo, en la evolución, o la desgasto en sostener lo insostenible? Cada desavenencia provoca una sinceridad, a veces abrumadora, que va integrándose en todos los niveles. Y, aunque a un nivel defienda mis máscaras a capa y espada, en otra esfera caen éstas como frutas maduras del Árbol de la VIda…

Cosa de dos

¡Sí! la alegría se multiplica, se desborda, cuando es compartida.
Dos corrientes se encuentran, se abrazan, se cantan, se dicen, se discuten.
La dicha simultánea es cosa de dos como mínimo.
Reír con el otro en ti, cuando le sueñas contándole el sueño de ambos.
Dos corrientes fluyen en tu sangre y refrescan los jardines venideros.
El viento difunde el perfume que llega a tu ventana y lo respiras sin saber quién ha plantado las flores que lo exhalan.
¿Es que también los jardineros están enamorados?
Abres el corazón y respiras la exuberancia de cuanto te rodea, permitiendo que la vida te toque, te abrace, te traspase.
El sentir de tu pecho expande los límites, y tú quisieras contraer tanta intensidad, tanta energía que te desborda.
Quisieras que el sentimiento no anegara tus campos, sino que regase las grietas resecas como agua fina que viene a fecundar una primavera en pleno otoño… Extracto del libro Los Ojos de la Noche

Parajes y paisajes

Mientras escribo renglones en las páginas del día a día, la Naturaleza me enseña que todo está ya escrito en sus paisajes. Y, sí, hay parajes yermos por los que toca transitar a veces, aunque, si miro bien, alguna pincelada de verde esperanza asoma siempre por algún recodo y, si no me canso en el devenir incansable del camino, aparece sin duda otra panorámica que refresca la mirada y el sentir… Lo importante, digo yo, es que la visión y los pies (el propósito y la acción) avancen juntos en la travesía…

El diario de Blanca

He perdido la noción de los días, meses, quizás años, que llevo vagando por esta orilla del río. Ni siquiera recuerdo ya en qué momento perdí la esperanza de que alguien me adoptase en el seno de una familia y, tramo a tramo, hube de aceptar mi irremediable destino de vagabunda.

Las gentes que encontré, me fueron echando de cada sitio donde buscaba arrimo con ansias de un bocado que colmase, al menos en parte, el desgarrador hueco que desde siempre araña mi estómago. Tal vez fuera pedir demasiado una mirada de afecto que acariciase las llagas de mi alma. Los bocados los tuve que robar a hurtadillas, y el cariño jamás lo vi en esas manos castigadas por el sol que laboran la tierra, ni en esos ojos resecos que hurgan entre las nubes una lluvia fina que fecunde las cosechas. Muy por el contrario, recogí el mismo grito de diferentes labios –“largo de aquí, chucho”–, a veces un golpe desprevenido y en ocasiones alguna pedrada. Y así fui avanzando desde el nacimiento del río -donde debieron abandonarme cuando apenas era un cachorrillo-, empujada siempre por el rechazo de aquellos que no querían ver mis huellas en sus cultivos, ni ante su vista mi figura andrajosa, convertida en albergue para los insectos y parásitos oportunistas.

Muchas veces, sobre todo en mis momentos más lamentables, me pregunté qué habría sido de mi vida si en vez de avanzar por esta orilla del río hubiese elegido la otra. Este planteamiento me hizo buscar un vado por donde cruzar al otro lado, en el intento de cambiar mi suerte. Pero el río es ancho y caudaloso, motivo por el que aún no he conseguido vadearlo. No, no me atrevo con esta corriente. Lo cual no significa que me haya resignado a tan errático destino, sino que espero el momento propicio que cambie mi estrella de una vez por siempre. En algún sitio debe hallarse la pasarela que cambie mi suerte, y ha sido su búsqueda la causante de todas mis desdichas, aunque, también tengo que reconocerlo, a ese sueño de alcanzarla le debo el aprendizaje que me hace superar las duras pruebas que constantemente impone la Naturaleza.

Cuando llegué a este tramo de la vega, donde ahora puedo ladrar mis memorias, el huerto estaba deshabitado. Sólo algunos días, por momentos que me parecían fugaces, acudía una pareja de ancianos que faenaban con presteza y se iban rápido con el capacho cargado de hortalizas. Quizá fuera por eso de las prisas que ni siquiera tuvieron tiempo de fijarse en mi presencia, y tal vez fuese por sus breves visitas que yo me acostumbré a vivir al descubierto, sin la tensión que siempre me han impuesto los propietarios de estos campos. Lo que sí está claro es que fue la ausencia de sobresaltos la que me hizo ganar algunos kilos, ya que mi barriga sigue haciendo los mismos ruidos de siempre. Es el dragón del hambre creciendo en mis entrañas, hasta hacerse tan grande que todavía no hallo forma ni opípara comida que por completo lo sacie.

Las características de esta huerta me invitaron a hacer un paréntesis en mi etapa errante. Y ha sido al detenerme cuando he podido apreciar el movimiento en las cosas que a simple vista me parecían congeladas en el tiempo. La hierba, el río, los árboles, la tierra, siempre están ahí, nunca se movieron de su sitio como puedo hacerlo yo y, sin embargo, ahora aprecio el constante cambio que hormiguea en lo estático. En la soledad de este huerto he aprendido a estirarme para coger el fruto que el árbol aún no quiere soltar. Fruto amargo en comparación con aquél otro que las ramas me regalaron en el momento justo, y del que hasta mi dragón interno se ha deleitado con el dulzor de su jugo.

Aquí mi única distracción consiste en observar el ciclo natural de todos los seres que me rodean. Nacen, crecen, dejan su semilla y desaparecen. Sin embargo, algo raro me pasa por contraste con estos entes. Sé que no puedo crecer más, y quizá por eso me estiro para alcanzar esos espacios que la vida le ha vetado a mi diminuta naturaleza. Estirarme para descubrir el vergel que intuyo en la otra orilla y, aunque no puedo cruzar el río, reconocer sus frutos en este lado. Y así ha sido que he aprendido de lo minúsculo que es el ciclo de una flor, un insecto o una mariposa. He observado cómo se ensanchan los ciclos en los que el viento se detiene y deja reposar el calor hasta que la tierra baldía grita a lo alto su ruego reseco; o aquéllos en los que el cielo sopla su hálito frío y la lluvia se congela antes de llegar al suelo.

En este retiro pasé uno de esos grandes ciclos en que los sudores dieron paso a las tiriteras, que a su vez se calmaron cuando el campo recuperó los colores de la primavera. La buena nueva la trajo una pareja de golondrinas que empezó a acumular barro para construir su nido en el tejado de la casa. Cuando la hembra revistió el interior con hierba y plumas, pensé que era el momento ideal para retomar el destino errante que había sido interrumpido casi un año antes. Y ya me alejaba siguiendo el curso del río, cuando el estruendo de unos ladridos retumbó en el lugar.

Entonces le vi, tan negro, tan guapo. Responde y obedece al nombre de Airjul. Es sorprendente lo que me ha pasado. De repente la otra orilla se ha convertido en ésta. Ya no busco el puente ni la pasarela, pues con el amor de un perro labrador puedo volar a donde sea…

Con-vivencias

Es verdad, son verdad las muchas cosas buenas de la vida y las muchas cosas genuinas de nosotros mismos. También es realidad ese otro laberinto de vías y encrucijadas y entresijos externos, del cual podemos sustraernos, pero no irnos, sino con-vivirnos en la mejor forma que podemos y sabemos hacerlo.
Y es cierto que, observando la energía y el tiempo y el esfuerzo de cada paso por el día a día, veo que la con-vivencia hace acrobacias entre tantos contrastes que nos desplazan y sujetan en los extremos de la identificación… y ese afianzamiento en lo Único que Ahora Es, donde, ligeros de todo lo demás, podemos soltarnos, descansar, y vivir-Nos…

Sueños

Sé que no es fácil tocar los sueños,
pero me resisto a pisar tanto suelo
con la punta de mis dedos.
Sí, ya sé… pero si en algún momento,
cuando menos lo espere,
me tocase un sueño con sus manos,
deseo que los límites del realismo,
o el tupido velo de las dudas,
no puedan sujetarme ni cegarme
para tomar lo que me pertenece,
sencillamente por haberlo soñado…

Cayendo de nuestro lado

Gracias por retirarme de tu vida
antes que yo me retire de la mía.
Gracias por darme el arrojo necesario
para caer de mi lado
cuando estoy cayendo demasiado en ti.
Caer en mí es recuperar de nuevo el eje,
la mirada centrada, el objetivo claro,
la fuerza disponible, la voluntad de seguir.
Caer de mi lado es dar un paso más hacia nosotros…

Fluyendo

Después de tantos trazados en el aire, que hacen y deshacen los contornos del sentimiento, fluyo y refluyo en el elemento agua, sin sujetar la mirada en esa orilla que excluye la otra, el lado opuesto; ya sea en forma de pretensión afanosa por estar en otro lado, o en los múltiples argumentos que elabora el rechazo.
Fluir, al menos en mi caso, no quiere decir que todo se lo ha tragado el agua, sino que abrazo a la consistencia de la piedra que encuentro a mi paso, sin pelearme con ella, aprendiendo de la naturaleza que se manifestó así y ahí.
En mi caso al menos, fluir es también dejarme abrazar por las dos orillas que configuran mis contornos en constante y natural oposición…

¡Felices Fiestas!

Que cada uno de los días de nuestra vida sean Navidad… que recibamos como regalo una sonrisa o un beso… que nos abracen… que se cumpla un deseo que pedimos hace tiempo a una estrella fugaz… que sigamos teniendo un sueño aunque se haga realidad cuando llegue su momento… que brille el sol y la luna y las estrellas en nuestros cielos internos… que bailemos al son de la música que nos hace vibrar… y que sigamos encontrándonos en algún rincón del año nuevo…

La Pantalla del Mundo

Rincones de luz o espacios oscuros… ¿Qué es la conciencia? Me preguntaba alguien hace unos días. La luz que alumbra, respondí yo así como quien tiene la idea muy clara. Pero el planteamiento seguía zumbando en mi cabeza, invitándome a darle más hondura a la respuesta, en definitiva a que actualizase la noción de conciencia en mí.

Una pantalla. Un observador sentado en la butaca. Un foco detrás del observador. La película vital pasa a través de la pantalla atrapando al observador en la trama. Hasta aquí todo bien, disfrutemos de la película que hemos elegido y por la que hemos pagado con nuestra energía, esto es, con nuestra atención. Mas puede suceder, y de hecho sucede, que al cristal del foco se le antepongan algunos moscardones que se proyectan como sombras inexplicables en la pantalla. El observador reacciona ante lo que ve delante suyo. Se asusta ante el sinsentido, bloquea la imagen sin resolverla o entra en conflicto con lo que ve, aunque todo esté sucediendo en el nivel de su enfoque. ¿Es oscura la conciencia de este observador? No. Su foco sigue manteniendo la misma luz, sólo que a ésta se le anteponen diversos clichés que van configurando las imágenes de ahí enfrente…

La luz me ciega. La oscuridad no me deja ver. Es en la unión entre luz y oscuridad que surge la claridad.

Quien vive en la claridad ha aceptado luz y oscuridad como las dos caras de una misma moneda. No vive empeñado en cambiar el mundo desde la pantalla sino en mantener la transparencia de su enfoque, pese a las motas de polvo que de continuo se acumulan en la superficie de una mirada. Quien mira desde la claridad ve desde el discernimiento, desde ese “darse cuenta” que relampaguea en la saturación de patrones contrapuestos, de interpretaciones diversas que visten y revisten la inabarcable diversidad de la vida. Y quien siente la claridad no se dedica ya a trazar fronteras entre luz y oscuridad, entre el bien y el mal. Le es inherente al sentimiento claro sentirse lo más cercano posible al Foco del Gran Director que está proyectando su renovada creatividad e infinito Amor en la Gran Pantalla del Mundo…

Piedras de plumas

Un albañil quería… No le faltaba aliento.
Un albañil quería, piedra tras piedra, muro
tras muro, levantar una imagen al viento
desencadenador en el futuro.
Quería un edificio capaz de lo más leve.
No le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería!
Piedras de plumas, muros de pájaros los mueve
una imaginación al mediodía (…)

(Miguel Hernández)

De niña me gustaba la poesía, dejándome encantar por una música insonora de versos que sólo conseguí comprender (sin comprender nunca del todo) muchos años más tarde. Cuando las palabras se viven sin corsés, libres de ataduras, como si fueran alas que desplazan paisajes imaginarios, sin explicación –mas con el sentido vivo y práctico de exclamarse–, afirman la humanidad que nos habita. Siendo también así que, a través de la poesía, el ser humano ansía habitar el mundo más allá de los sentidos…

Navidad

Entre tantas imágenes navideñas, buscaba esta mañana una que mostrase un gran árbol, uno de ésos con muchas ramas donde colgar todos los momentos que le dieron luminosidad a nuestra vida; con otras ramas que se vayan encendiendo a su tiempo, porque también el Gran Misterio se desvela a sí mismo poquito a poco; con ramas deshojadas de lo que ya no es, que a su vez dejan espacio a otra primavera que se irá gestando en esa misma desnudez…
De pronto me encontré con esta imagen y pensé: ¿Por qué un árbol solitario? Mejor un bosque. ¿Por qué el agua en copas? Mejor un río rebosante de vida? ¿Por qué no un puente que nos conecte y a la vez conectado con la Naturaleza? Un puente por el que se acercan aquéllos a quienes amas y te quieren. ¿Por qué no un Hogar con el fuego encendido, con velas encendidas, con corazones encendidos?
Entre tantas evidencias externas que decoran la Navidad, en las calles, en las mesas, en el comercio… buscaba esta mañana esos breves instantes en los cuales he sentido que se me encendía el corazón. Y de pronto he visto que hay una navidad íntima y personal (que no está sujeta a ninguna fecha ni estación) cada vez que renace el amor en tu corazón. Cada vez que se renueva en ti ese sentimiento de dicha infinita por sentirte conectado, vinculado, unido a algo que no puedes abrazar por completo, pero por lo que te sientes completamente abrazado. Y no puedes sino agradecer por ese presente, ese regalo. Sí, de pronto lo he visto: El Amor es el Gran Regalo, aunque el resto del año nos llegue sin papel de regalo, ni luces, ni decorado…

 

Espejito espejito…

Contigo se unen los cristales rotos
de todas las veces que la ilusión se rompió en mi,
de todas las veces que no pudo estar la imagen completa del ser.
En ti se unen los trozos, y puedo verme completamente.
A decir verdad, sobrepasas con creces el marco de lo vivido
y sé que mirándome en ti descubriré aspectos de mí desconocidos.
Es que eres muy grande, Amor. Y ¡claro! me agrandas…

Silencio gestador

Queridos Corazones: ¡Agradezco infinitamente la cercanía de vuestro latido! Despierta un rumor entrañable en conexiones dormidas… Ya sabéis que amo tanto el Silencio como la Palabra… Deciros al respecto que, en los últimos meses, he acordado una distancia necesaria con las palabras (o éstas la han resuelto conmigo). Pero lo cierto es que en estos tiempos toca y me toca el silencio. Un silencio gestador que re-compone en su matriz gestadora… Es también el silencio de una realidad plena de sencillez que no se deja conquistar con palabras ni abstracciones. Una realidad que abrazo y me abraza en el relieve, textura y consistencia de las cosas… en su verdad silenciosa…
Os Abrazo desde un rincón del Silencio, hasta que la Palabra diga de pronunciarse…

En el mediodía del verano

En julio el melón echa dulzor, color y sabor … (dice el refranero)

En el núcleo del verano, arde julio, intenso, caluroso, con las merecidas vacaciones por vivir, o ya disfrutadas por quienes hacen caso omiso a los refranes y gustan de degustar el frescor de un melón antes que su dulzura.
Ya está aquí julio, con su mediodía soporífero, cuando el sol se deja caer en los poros de la piel, y pesan los pasos en las aceras urbanas, y pesan los párpados, entornándose en cada mirada como cortinas que amortiguaran el exceso de luz… Ya podemos saborear las noches estivales, de verbena, de paseos a la fresca orilla de un río, o de un bulevar marítimo, cuando los pasos se aligeran de pesadez en pausada lentitud, como si se deslizaran en la humedad de la brisa, mientras los ojos se abren, sin cortinas ya, a un cielo estrellado que mira impasible por encima de las trémulas luces de neón…

Alternancias

La meditación de esta mañana me ha conducido a esa alternancia entre vivir siendo pensada por los pensamientos del mundo o vivir inspirada por un solo pensamiento que nace a cada momento del Ser, me hace ser, y hace de cada instante lo que es…

Y al final comprendo que ese intento de buscar la verdad no es más que un constante desenmascarar cada mentira que se disfraza de mí misma…

Entre lo sutil y lo concreto

Puedes vivir en equilibrio entre el mundo sutil y el concreto, pues ambos se sostienen en la misma Mirada. Ahí estás tú, en el perfume y en la flor, surcando senderos con la sensación de que infinitas mariposas aletean en los cielos de tu corazón, y, claro, es normal que tu razonamiento quiera atraparlas entre sus muros. Ahí ha estado siempre el asunto, dentro o fuera de tus muros. Pero ahora que has descubierto la unidad, sabes que ambos hemisferios pueden coexistir en armonía. Ya no quieres flores sin perfume ni tampoco fragancias sin jardín… // Extracto del libro Los Ojos de la Noche

Ser viento

Abrirme al soplo del viento
y ser por un respiro aire.
¿Sólo aire soy yo?
El viento responde con más fuerza
y soy por un momento huracán
que sacude las quietudes de la contemplación…

Amaneciendo

Un momento antes del amanecer, pareciera que la oscuridad fuese más espesa, como si todas las presencias de la noche se comprimiesen en una sola fuerza que, al estallar, rompe el cielo dejando una grieta abierta por donde se cuela la primera claridad del alba. El silencio indeleble se consolida en tu alma, a la vez que el latido perpetuo de la vida renueva tus fuerzas, tu visión, la música de tu corazón…