Hay un segundo mágico en tu respiración
que perfuma el aire rancio de tus vivencias
y, al exhalarlo, deja una fragancia en el ambiente
para que otros la respiren y también recuerden,
aun por un segundo,
ese instante efímero en el que la vida nos elige
antes que la muerte nos inhale.
Recuerdo las palabras que dijo un Hombre Medicina hace años: «La verdad no necesita de argumentos para sostenerse. Se sostiene en lo que Es. Todos los argumentos de la mentira o de la ignorancia van cayendo a su debido tiempo y, cuando todo se derrumba en derredor, sólo la verdad nos sostiene…»
Entonces, como soy ignorante, caigo en la cuenta que un virus no puede ser una verdad que sostenga la vida, aunque sostenga otros intereses.
Siempre estuvo lo que es y lo que conviene que sea (para lo que sea).
Entonces caigo en la pregunta: ¿a quién conviene que la salud –de los cuerpos, de los medios de sustento, de las mentes… – se enferme? Y no me responde ninguna certeza, pero observo que la salud se debilita a fuerza de inyecciones de miedo mediático, sostenido, hora tras hora, con medidas antinaturales a las que no debo negarme porque afirma el credo colectivo que es tiempo de sacrificarse por los demás.
Siempre hubo agnósticos y creyentes
Entonces caigo en la cuenta que ya no hay debate por la existencia de un Dios encarnado en sacrificio, el cual nadie ve y el que, no habiéndose demostrado su existencia a ciencia cierta, sólo sus intermediarios y la fe de los creyentes sostienen en su credo. El debate en estos tiempos es por la existencia de un virus que nadie ve tampoco, aunque la ciencia demuestre su existencia, verificada por los intermediarios con una jerga y unas pruebas que las masas no entendemos, pero en las que confiamos a ciencia cierta, dando fe de ello, ya que algo sabemos de números y la tabla de sumar aparece cada día, desglosada, en el púlpito de cada telediario.
Siempre hubo muerte elogiada y nacimiento celebrado.
Entonces caigo en la cuenta que la muerte ya no es una puerta sagrada donde nos acercamos a honrar cada partida, sino una confusión de cifras numéricas en las pantallas televisivas, que pareciesen marcar tantos de un partido de béisbol, sin más deferencia por las vidas que se entregaron a la vida y son entregadas a la muerte en cada despedida.
Y, de cara al exterior, nada que celebrar en estos tiempos que apenas dejan oxígeno para que nazca y respire lo nuevo; pues, hasta la sonrisa me nace asintomática, digan las pruebas lo que digan.
Siempre hubo un polo positivo y otro negativo.
Entonces caigo en la cuenta que no es la electricidad la que circula en esa polaridad, sino algo invisible que se hace visible y real con un relato sostenido por cifras multiplicadas; dividiendo a los que afirman y a los que niegan; pero todos, ineludiblemente y por ley, detenidos en las casillas públicas de un tablero, que nos fueron adjudicadas como distanciamiento, a la espera que el milagro de una vacuna nos mueva de lugar.
Siempre hubo enfermedad y protección.
Pero en estos tiempos la enfermedad ha tomado un nombre real que requiere protocolos de relacionamiento y convivencia con los demás.
Entonces caigo en la cuenta que se están creando precedentes de protección para convivir, no sólo con un virus presente, sino también con los venideros. Y, sin bola de cristal, ya se puede adivinar un futuro de protocolos que nos protegen de la muerte enfermando la vida.
Siempre hubo aire y espacio.
Entonces caigo en la cuenta que el espacio se ha reducido a confinamientos y distancias de seguridad, y noto que no estoy segura, que me falta el aire necesario, no ya para quejarme, sino para llenar los pulmones y gritar hacia dentro: ¡BASTA!
Porque lo importante es elegir para conmigo.
Así que yo elijo, y ésta es mi AFIRMACIÓN: Elijo La Vida Antes Que La Muerte Me Inhale.