El instante en que una mirada se hace visión puede durar un segundo, una vida o una eternidad, ya que no es el tiempo el que lo mide sino la intención sostenida. ¿Durante cuánto tiempo puedes atisbar el mundo sin una idea preconcebida, sin emociones que te alteren, sin un motivo, sin respuestas, sin nada a lo que agarrarte? Y sin embargo, es en el borde de ese precipicio, entre las estructuras consolidadas y el abismo del vacío, donde nace la mirada, tu mirada. Es al borde de las ramas del gran árbol de la vida –allá donde las hojas tiemblan entre dos elementos, tierra y aire– donde se gesta el fruto que completa un ciclo existencial…