Sopla y sopla el viento por estas geografías, removiendo los posos de las aguas emocionales. En la turbidez de la mirada me impaciento porque el aire se aplaque para sentirme en paz con cada circunstancia. Recuerdo entonces la cantidad de condicionantes que le pongo a la vida para sentirme satisfecha con la vida. Algo así como si no pudiese amar el invierno en su desnudez y hubiera que vestirlo de primavera… o como si, llegada la primavera, no distinguiera mis matices entre tantos colores…
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Madre Tierra
En el ejercicio de relacionarme con la Madre Tierra se ha ido configurando la Medicina de las Relaciones, basándome en el desarrollo de mi propia relación con la naturaleza. Las relaciones naturales no dejan cabida al conflicto. La vida toma de la vida y crece la vida. Desde el prisma humano se podría considerar muerte, o conflicto, lo que la vida ha transformado en más vida, pero cuando siento lo que desprende un paraje virgen y natural, intuitivamente comprendo que, pese a que vida y muerte, adhesión y rechazo, danzan al unísono en el hábitat, el resultado siempre es una sensación de vitalidad, de fuerza, de salud, de equilibrio.
Gaia nos enseña a relacionarnos desde esa armonía, desde ese intercambio energético que genera más energía, traduciéndose en más conciencia para la naturaleza humana. Y también nos indica, en la manera de acercarnos a Ella, cómo es nuestra actitud de relacionamiento a todos y en todos los niveles. A veces la vemos útil y utilizamos sus recursos, así como establecemos relaciones de interés en nuestras vidas. Otras veces la amamos y disfrutamos a ratos de su abrazo y de la belleza de sus paisajes, como esas relaciones sin compromiso que tanto abundan en estos tiempos. La mayoría de las veces ni siquiera nos acercamos ni la sentimos, aunque nos gusta mirar las espectaculares fotos de National Geographic que circulan en Internet… Sea cual fuere la manera en que la vivimos, lo cierto es que la Madre Tierra sigue cumpliendo con su compromiso, sosteniéndose y sosteniéndonos en sus ciclos.
Gaia sigue creando vida mientras aprendo a no contaminarla ni contaminar mis relaciones personales… a no derrochar los recursos que me ofrece para no ir generando deudas colaterales… a descubrirme en cada una de sus estaciones, notando la intensidad de mis primaveras interiores, la abundancia de mis veranos, la serenidad en mis otoños… Y aunque los fríos me encogen mostrándome la fragilidad del ser humano educado en la individualidad, comprendo finalmente que es la dureza de mis inviernos la que fortalece el compromiso de mi relación con la vida, con los demás y conmigo misma…
Paisajes cambiantes
Un estanque de aguas quietas y transparentes. Paz y armonía en el flujo de las emociones hasta que una piedra es lanzada en la superficie cristalina rompiendo el hermoso rostro de un sentir. La reacción primera es culpar a la piedra, o a la mano que la lanzó, incluso hacer culpable a la impermanencia de la belleza. Pero si soy paciente puedo ver que, después del caos y finalmente, la imagen estancada se transforma en otro paisaje que refleja la hermosa faz de otro sentir…
Las piedras
Las piedras llevan en sí mismas todas las miradas cristalizadas: el escultor las ve de una manera, de otra el arqueólogo, el orfebre, el chamán, el caminante… Yo diría que el agua que va rodando los cantos es la única que conoce sus secretos, pero se los lleva corriente abajo…
Cristales rotos
A veces, en momentos de silencio y quietud, se me vienen al presente imágenes cristalizadas en el recuerdo, como si el álbum de fotos vitales las guardase intactas en la memoria del tiempo. Esas personas siguieron expuestas a las leyes de la transformación, y sé que yo también he cambiado si hoy puedo recordarlas sin sentirme dañada por esos cristales rotos…
Cosechas de papel
Ayer observé en la sucursal del banco a un funcionario estresado, poniendo en una caja fuerte muchos fajos de papel. Luego pasé por una librería y vi papel y papel encuadernado, colmando estanterías y estanterías. Después, caminando por el centro, me fijé en un muchacho fatigado con una mochila cargada de folletos que entregaba a los viandantes. Finalmente, en un paraje natural, admiré las ramas de los árboles danzando con el viento del atardecer; ajenos viven éstos a nuestras cosechas e intercambios de papel y, por un instante, el rumor de las hojas me regaló las palabras precisas y preciosas que mi alma necesitaba leer …
Recapitulación
En el proceso de recapitulación, la mirada del corazón va despertando el amor omitido en cada relación, sobre todo en ésas que han dejado la huella del conflicto en el tejido vital. Así teje la magia de las relaciones, poniendo cohesión donde hay una rotura, una ausencia, un olvido.
Recordar es más que una remembranza. Es descubrir la relación sutil que enlaza diferentes imágenes en el tejido de tus memorias. Cuando tu mirada descubre el hilo conductor que concilia lo irreconciliable, se desvanecen los sucesos, los personajes, las fechas, se aligera el peso de la memoria y te expandes en esencia. Se va borrando la historia personal y en el mismo espacio asoma poco a poco el rostro original.
Es un proceso de ir quitando los velos que ocultan tu verdad, o de ir dando un paso más hacia el fondo en el intento de aclarar enredos. Y, aunque parece que nunca encuentras el otro cabo en la madeja de olvidos, lo importante es que en cada Recuerdo se hace más sensible y penetrante la visión, llegando al instante en el cual tu mirada sonríe en la Gran Mirada.
Sonrisa que no es autocomplaciente sino entendimiento. Comprensión que no es intelectual sino claridad. Claridad que no tiene sombras puesto que abarca todos los ángulos y penetra los rincones de cada interpretación…
Extracto del libro Los Ojos de la Noche
A veces me olvido
Respiro hoy en ése:
Sostener la mirada del amor
y sentir cómo el amor me sostiene en su mirada.
Pero a veces me olvido de respirar
y, en el sopor del olvido,
sostengo la idea allí,
cuando el amor me está mirando desde allá.
Palabras pretenciosas
Acaso en mi obra sean las palabras demasiado pretenciosas en su intento de señalar la unidad -que a su vez señala tantas roturas en lo fronterizo de la experiencia-. Y es que a veces la distancia que nos separa puede convertirse en un abismo que produce vértigo, o un simple hueco imposible de colmar, o una grieta que nos provoca el desgarro… Alguna vez es la insatisfacción que despierta, o el letargo de la satisfacción acostumbrada.
¿Son demasiado osadas las palabras al saltar, colmar o unir? Quizá parezcan utópicas al situar las imágenes por encima de los procesos, teniendo en cuenta que no hallé la forma de eludir mis propios procesos, culminen éstos, o no, en la belleza de dos lados contrapuestos que se abrazan.
Pretenden algo, sin duda, las palabras que eliminan abismos sobrevolándolos, cosen fisuras en lo sutil, colman el hueco con el intento. Luego cada cual experimenta su proceso vital, pero las palabras siguen en el aire, se respiran, alientan, y algunas nos recuerdan, cuando estamos muy lejos, que no hay distancia donde todo está unido, ni hay nada que alcanzar porque todo -el otro también- está aquí, en ti …
Lo sustancial
Los pensamientos cambian como las estaciones y las circunstancias, lo sustancial es lo que permanece en el transfondo de cada movimiento.
La voluntad no es un pensamiento.
La fuerza no es un pensamiento.
El amor no es un pensamiento.
Estas potencias son las que perviven más adentro de la idea, más allá de los cambios inherentes al espacio y el tiempo.
La intimidad de la página
Más allá de los géneros literarios, busco la intimidad de la página, el susurro de la medianoche, ése que me hace meditar en las cosas que nunca nos planteamos a la luz del día, cuando otros asuntos acaparan nuestra atención. Más aquí de cuanto sucede afuera, encuentro ese espacio en el cual escritor y lector intercambian sus roles; de tal manera que, quien escribe, está leyendo desde otro nivel, y, quien lee, reescribe su forma de ver, sentir, escuchar…
Así como las lentejas…
Muchas veces el asunto de las relaciones es algo así como la preparación de unas lentejas, que a veces salen ricas y alguna vez se pegan. Hace unas semanas, yo misma preparé este potaje para la familia, y una parte de las legumbres acabó pegada al fondo de la gran olla. Lo sustancioso del asunto es que ninguno de los comensales se levantó de la mesa, ni devolvió el plato, ni me culpabilizó, ni psicoanalizó mi estado de ánimo, ni dejó de hablarme, ni lo interpretó como una afrenta personal…
Son fáciles las relaciones cuando las personas nos encontramos en espacios abiertos y, llegado el momento, nos retiramos. Sin embargo, las relaciones que nos transforman son ésas que nos hacen caer por un tiempo determinado en una «gran olla» junto con otros ingredientes. El fuego de la experiencia hace la alquimia. A veces la fusión es deliciosa y nutritiva a muchos niveles, y alguna vez se pegan las lentejas. La mirada crítica sólo ve el resultado final y cristaliza el sabor a requemado en la memoria. El corazón mira la dedicación, la ilusión, el esfuerzo sostenido, la voluntad… y se alimenta del amor que participa en el potaje de cada experiencia…
La magia del turrón
Al calor de una lumbre encendida en un día lluvioso, viene la fuerza del cacao que llegó de las selvas tropicales a encontrarse con la dureza de las almendras y la dulzura del azúcar y la sustancia del trigo… Antes de ponerle manos a la masa, por si alguien se pregunta dónde está la magia de estas relaciones, acuden las presencias poéticas y dejan caer en el lebrillo unos versos con simientes de trigo, cual si fueran lluvia de oro que trajese consigo los mismos vientos que hicieron verdear las mieses; o encantan a la pasta con rimas de flores blancas, asociando el almendro con la pureza del primer amor y la llegada de la primavera….
Algo mágico empieza a sentirse en esta reunión, ¿verdad que sí? Pues ahora es cuando se ponen las manos a trabajar la masa, y yo, que estoy ahí como ayudante de cocina y también como aprendiza de poetisa maga, miro esas manos tan queridas, agrietadas de tanto hacer dando y cuidando, de tanto dar haciendo, que han entregado a lo largo de su vida tanto, y a las que sé me faltará tiempo para retornarles todo cuanto me dieron y me siguen entregando… Pues eso, miro yo con esa mirada que recoge lo esencial en un instante, y siento el amor que me brota del pecho yéndose hacia esas manos, que a su vez lo esparcen en la masa del turrón… Y, bueno, no sé si he respondido dónde está la magia del asunto pero estoy segura que cada cual la ha sentido ahí donde ésta le ha tocado…
Complicidad
A veces la sonrisa se esconde por detrás de la máscara,
como si no quisiera mostrar el corazón que lleva consigo.
Sin embargo, alguna vez, la sonrisa centellea cómplice,
como diciéndole a ese corazón que la mira:
¡Qué bueno que nos hemos encontrado en el mismo escondite!
Lectores y escribientes
El lector viaja en el silencio de la página, conducido por un hilo mágico que sostiene las palabras… Pienso ahora que quizá el silencio como respuesta sea el territorio donde yo misma haya de decidir sobre todo cuanto he escrito. Y es que he descubierto en mí todas las respuestas que el mundo me pueda ofrecer. Todas las miradas de todos los lectores están incrustadas en mis ojos y puedo comprender, o no, a través del mismo arquetipo del Lector. Yo misma, desde mi propia fe o desde mi propia incertidumbre, colmo el silencio de lecturas claras, indiferentes o confusas… Entonces, contemplándolo desde su anverso, habré de reconocerme también en la Escribiente, y no por los libros vendidos (tan pocos en mi caso), sino por la fe y el compromiso que esta Voz siente en que es posible transformarse al despertar la belleza y el entendimiento dormidos en las palabras…
La acción necesaria
Me gusta verme en los ojos ¿cándidos? -sí, los tuyos- que se empeñan en esquivar la fealdad del mundo y extraen la mejor imagen de allá donde se fijan. Y tú, amigo, estarás de acuerdo cuando te digo que esas fotografías preciosas son muchas, incontables, pero se duermen en el fondo del álbum memorial, como si el impacto de la mirada crítica fuese más contundente en su empeño de estar siempre despierta, en portada y de actualidad.
“Basura por todas partes”, grita el ¿opinante? -sí, ése de allá- y en todos los rincones del parque se oye la voz de alarma, y todos hacen coro de opinión ante la queja… Hasta que llega una mano ¿incondicional? -sí, la tuya-, y su gesto silencioso deja pulcro el lugar, poniendo en su lugar el abandono de otros.
Apenas se escucha ni retumba el silencio de la acción necesaria.
¡Sí, amigo mío! Me gusta ver a través de la inocencia. Y, cuando ésta me presta sus ojos, noto que me envuelve una sonrisa cándida, libre, despreocupada de lo que pueda ser, ocupada plenamente en lo que ahora está siendo, sin creerse demasiado el cuento del futuro ni del pasado. Ese cuento del que opinan los contadores tantas versiones, y que siempre está arrancando las hojas y las horas del presente…
La sonrisa de Venus
Hay una sonrisa que afloja los músculos del mentón, suaviza el entrecejo, dulcifica la mirada y detiene los pensamientos. Es tan ligera y fugaz que no puedes atrapar su luz. A veces se deja sentir al amanecer, cuando la primera claridad del día perfila la montaña apagando el cielo estrellado. Entonces te regocijas ante la visión de la más rezagada, Venus, que parece decirte con un guiño de destellos: “mi destino es saludar al sol con el alba y despedirlo en el ocaso, pero ¡me gustaría tanto pasar un día con él! ¿Te atreverías a llevarme en tu corazón, para que yo pudiera sentirlo en las horas del día?”. Sucede algo mágico si aceptas el encargo, y es que la luz de esta sonrisa que te decía comienza a brotar en tu pecho y, durante todo el día, con nubes o despejado, se derrama por tus labios…
Amanecer
Amanecer en cada noche oscura.
Acercarse a la fuente cantarina
y a los lamentos de una piedra,
quemarse con el fuego
y despedirse de sus cenizas…
Pero ya no hay cenizas a las que decir adiós. Hay una llama renovada que se aviva con el soplo del viento. Hay un gran regalo hecho de esencias que siempre estuvo ahí, esperando a que se me cayeran todos los frascos de cristal donde quise guardarlas. Y, acaso porque la luna llena se bebió los lamentos de la noche mientras cantaba su canción reflejada en la fuente de piedra, el fuego de este nuevo amanecer calienta pero ya no quema…
Un canto al Camino
Siempre asoman a mi pensamiento muchos recuerdos de aquellas etapas peregrinas que viví en el Camino de Santiago. Ahora me parece que han pasado vidas desde entonces, pero lo cierto es que lo auténtico de la vida siempre nos acompaña aunque cambien las geografías que nos circundan y los personajes que nos acompañan. El Camino sigue viviendo en mí, no ya como una senda horizontal (que también), sino como un eje vertical que se pierde en las profundidades del sentimiento y un vuelo en las alturas que traduce otros códigos de lenguaje. Así contado parece idílico, pero lo cierto es que en esta peregrinación interior me sigo encontrando con los mismos elementos de antaño. A veces me pierdo, a veces no tengo claras las señales, a veces el cansancio me detiene, a veces encuentro un rostro amigo y siento la alegría de compartir lo que sea que llevemos en nuestras particulares mochilas, el pan, el vino, la palabra que nos alienta a seguir dando pasos…
Sí, se puede decir que sigo haciendo Camino, esté donde esté, incluso cuando me hago hospitalera y recibo a otros peregrinos del alba que llegan a casa cansados y con las botas embadurnadas de barro. El Camino y la Hospitalidad se llevan en el corazón. Y buscadores hay por todos lados, también en las grandes ciudades. Entonces, si me abstraigo por un instante del escenario, sé que en cualquier momento se puede dar un encuentro de almas, y que cada día nos ofrece lo que necesitamos para seguir avanzando. Lo importante, así como he ido descubriendo, es no ponerle muchas condiciones a la vida. Cuando hay amor, ganas de compartir, entusiasmo, cualquier circunstancia es buena para expresarlo. Cuando estoy cansada, apática, huraña, le echo la culpa a las circunstancias, e incluso a veces las cambio, pero sólo para comprender que si no hubo transformación en mi actitud, en mi percepción, sigo andando con desgana aunque me pongan el cielo por debajo de los pies…
El latido del tiempo
En la niñez percibía el tiempo como un pálpito imparable que se acompasaba con el latido del corazón. Tic tac… Tic tac… pulsaban los colores del primer reloj en mi oído y, mirando las manecillas que recorrían su circunferencia, trataba de entender los distintos ritmos en cada una de ellas. La aguja de los segundos, la de los minutos, la de las horas.
Después el tiempo salió de la circunferencia primaveral y fue ensanchando sus ciclos en el calendario de los días, trimestres, años, trasladándome a este momento en el que varias décadas quedaron atrás; a esta estación en la cual “el antes” se pone delante cuando veo en el arcén un reloj de colores chillones que una niña pelirroja acerca a su oído. Es ella y soy yo. Es el mismo espacio de inocencia expectante que nos vive desde fuera del tiempo, mientras ambas sentimos el pálpito de cada segundo.
La imagen activa historias dormidas. Un recuerdo se despierta y me encuentra en este presente con la percepción renovada, concentrando en un instante lo que fui, lo que soy, y el recorrido que me condujo hasta aquí. Algo así como si las horas estuviesen fabricando un camino visible y, a la vez, un tiempo fuera del tiempo. Pues qué sería un segundo si no llevase en sí mismo el primer y el último aliento, la muerte y el nacimiento, la escurridiza frontera entre lo vivido y el porvenir.
También un minuto puede determinar un antes y un después. El último minuto antes de que el tren arranque en un viaje de muchas horas que conducen a una estación en la cual los años atrapan. ¿Faltó ese minuto y perduró el antes? O acaso sobró el tiempo pero en el último momento huyó el coraje de cruzar el andén y subir al vagón. El latido del tiempo puede romper cada historia en dos, en lo que podría haber sido y no existe; en lo que sigue siendo y va definiendo, de entre todas, la única posibilidad para ser lo que soy.