Desconozco el momento justo
en el que cambia la manera de pensar el mundo.
Mas, si me pongo a observar, veo una línea pensante
con dos extremos inseparables
(final-comienzo, tú-yo, dentro-fuera, sustancia-forma, …).
La polaridad se va transformando al percibir esa otra línea,
invisible, sensitiva, que se expande gloriosa en su recorrido,
curvándose su anverso en eterno retorno…
Me olvido de todas las circunstancias en que he percibido
la fuerza del temple, la que me arquea sin romperme,
pues ahora viene un hermoso instante a recordarme
el poder que se activa cada vez que se abrazan
los dos extremos irreconciliables de una percepción,
cada vez que se disuelve un condicionante
que le he puesto a la experiencia de amar…
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Al borde de las ramas
El instante en que una mirada se hace visión puede durar un segundo, una vida o una eternidad, ya que no es el tiempo el que lo mide sino la intención sostenida. ¿Durante cuánto tiempo puedes atisbar el mundo sin una idea preconcebida, sin emociones que te alteren, sin un motivo, sin respuestas, sin nada a lo que agarrarte? Y sin embargo, es en el borde de ese precipicio, entre las estructuras consolidadas y el abismo del vacío, donde nace la mirada, tu mirada. Es al borde de las ramas del gran árbol de la vida –allá donde las hojas tiemblan entre dos elementos, tierra y aire– donde se gesta el fruto que completa un ciclo existencial…
Máscaras
En el proceso de ir quitándote máscaras ves con claridad las que siguen pegadas en los espejos donde te miras. Le has puesto tantas caras al amor, que lo ves reproducido en todas partes. Está en todas las bocas, pero en muy pocas sientes que hable. Está en todas las raíces, pero hasta dónde hay que rascar para tocar la fibra más honda del amor. Hasta que llegas a ese momento en el cual concibes cada relación desde el reconocimiento profundo, que puede durar un rato, un ciclo o una vida. La huella no la deja la extensión en el tiempo ni las afinidades que compartes, sino la autenticidad y el grado de integridad que cada encuentro te permite. Tu actitud de ir a corazón abierto invita a que las máscaras a tu alrededor se caigan. Sin embargo, si alguna se resiste, no tienes por qué arrancarla. No agredas en tu mejor intención. Tú, sencillamente, camina sin máscaras, o con las que te quedan, y deja que todo suceda de manera natural. El hecho de definirte como alguien sin máscaras también es un disfraz puesto que es una identificación. Mira la imagen de la desnudez, pero no te la pongas como si fuera un traje…
Extracto del libro Los Ojos de la Noche
Reflexiones en blanco y negro
Entre la página blanca del futuro, y el pasado que ya escribió sus signos, publico palabras presentes y otras horneadas en otros tiempos y circunstancias; creaciones que huelen a esencias en el banquete virtual de tantas y tantas delicatessen que circulan por estos lares cibernéticos.
Ante tanta infinidad de estímulos para deleite del paladar y de todos los olfatos, la mirada filtra ésos que saben a repetido, a lo que ya fue y se fue. Mas, quizá porque sigo amando esas palabras creadas en tiempos sin tiempo, noto muchas veces cómo exhalan su magia cuando leo en ellas que he crecido, y también cuando las miro tan crecidas y tan lejanas de mí.
No sé por qué motivo la palabra detiene su recorrido en la página blanca, pero lo cierto es que se para en seco cuando quiere, inesperadamente, o acaso por algún tropiezo se deja caer en una esquina del documento Word. De lo que sí estoy segura es que, cada mudez repentina, sin negro y sin tinta, sucede al mismo tiempo en que la mirada deja de ver trazados primorosos en el reverso del blanco, o en el envés del sinsentido. Y digo primorosos, porque el cuidado, la delicadeza, el reconocimiento, son presencias que engalanan el acto de compartir con los demás.
Presencia también en el acto de reconocerme y reconocer que, aunque la tinta no se gasta, ni la página blanca se acaba, ni se esconden las palabras, bien es cierto que a veces se ausentan, no se sabe por cuánto tiempo, esas miradas que inspiran el acto de compartir.
Reconocerme y reconocer que, si no le encuentro el primor y el color a la vivencia que te voy a contar, prefiero guardar un primoroso silencio…
Pensamientos de agua
Caminando por la cuenca de un río seco, vino un sombrero de nubes a contarme el diálogo entre el agua gaseosa y la cañada:
– Busco una vertiente donde morir como nube y nacer como río –dice la una –. Un cauce que me contenga sin empantanarme, que le dé sentido y dirección al flujo jubiloso de ser lo que soy: Sentimiento.
– He muerto como río desde que no fluyen tus aguas por esta quebrada – responde el otro–. Pero, como ves, voy aprendiendo a ser Camino. Aprendiendo a sentirte en los pasos que me transitan…
Los zapatos de hoy
He llegado a la conclusión de que me limito cuando perfilo mis anhelos para el futuro. La vida siempre me ha sorprendido ofreciéndome más de lo que mi imaginación puede abarcar. Así que he acabado por rendirme. Me rindo ante la evidencia de que los zapatos de hoy (las necesidades de hoy) no encajarán en los pies del mañana. No, no son los zapatos los que hacen el camino, sino la voluntad actualizada en cada día de dar los pasos necesarios para andarlo…
Crecer
Un cielo negro en el que estallan fuegos artificiales como diminutos puntos luminosos anteponiéndose a la oscuridad, o la página blanca de un diario adolescente que pierde su resplandor al llenarse de signos: entonces nada veía yo en ningún cielo.
Luego dejé de mirar las estrellas y dejé de escribir. Y es que la verdad asoma siempre como algo nunca visto ni descrito, en el instante mismo en que uno comprende. Como sucedió recientemente en una playa del pasado. En aquella hora crepuscular vi cómo el flujo de las olas perfilaba la bahía. Los fuegos artificiales estallaron de pronto en el cielo anunciando el comienzo de las fiestas. El inicio de otra página. Comprendí que la misma imagen de la adolescencia se me revelaba ahora con más nitidez. ¿Y no es acaso la visión, y no el paso de los años, lo que nos indica si en verdad estamos creciendo?
Frases Flecha
En realidad, cuando nos encuentra la Palabra, no es tan importante la temática a tratar, sino darle acogida a una información energética que cada cual interpretará en su propio entendimiento. Hay frases que adormecen, otras que generan discrepancias y están aquéllas que son como flechas lanzadas al otro hemisferio del cerebro. Son éstas últimas las que despiertan algo que allí dormía, y algo se estremece en tu interior cuando de pronto entiendes, de pronto lo ves, de pronto toma sentido el sinsentido de la vida…
Ocupados
Durante toda la existencia de Airjul, fue «inútil» la palabra con que todos le nombraron; la escuchó tanto en boca de familiares y amigos que su nombre quedó en el olvido. Sin embargo, él nunca se consideró un inútil por huir del trabajo y pasar su vida inventando artefactos. Cierto es que al verse tan humillado quiso ahuyentar su genialidad, pero ésta le persiguió hasta el final de sus días.
Cuando la muerte le llegó, Airjul tuvo la perversa suerte de ser conducido al Paraíso de los Ocupados, donde, sin descanso, los difuntos clamaban al son de la música de las esferas:
– El trabajo nos dignifica…
– El tiempo es oro…
– Lo importante son los resultados…
Como Airjul no hallaba su nota concordante en ese coro, pronto se dirigió al Presidente del Paraíso y le dijo:
– Este cielo se ha equivocado de fichaje conmigo. Soy un inútil para el trabajo.
– Alguna habilidad tendrás –alegó el otro.
– Sólo sé inventar cosas sin utilidad.
– Bien, pues ése será tu trabajo en este lugar.
Y así fue cómo en el Paraíso de los Ocupados pronto se vieron coches, teléfonos, ordenadores, televisiones…, y cómo los finados, por primera vez en un evo, disfrutaron de unas vacaciones.
En la distancia
En la distancia siempre hay proyección propia, y siempre hay distancia entre dos seres que no se manifiestan desde la unicidad, desde esos espacios comunes que recogen e impulsan lo auténtico y genuino que llevamos dentro.
En la distancia creemos que el otro es así, o de la otra manera, sin darnos cuenta de que estamos cuestionando percepciones mentales, cuadros en el museo de los recuerdos propios, que el otro ha detonado. Y siempre hay distancia si falta la comunicación íntima, las ganas de actualizarnos, de renovarnos en ese estiramiento de ti hacia mí, de mí hacia ti.
En la distancia siempre estamos solos, con nuestros propios fantasmas que nos acompañan. Y siempre hay distancia, aunque estés aquí al lado, si necesitas interpretarme, analizarme, ubicarme en tu marco de percepciones. Siempre estamos lejos si en el impacto de la cercanía no se nos han caído todas las psicologías y nos abrazamos con la mirada, con la sonrisa, con la alegría de cada re-encuentro que nos re-nueva.
Ensimismamiento
Entre las múltiples miradas que se entrecruzan en una cafetería abarrotada de gente, unos ojos se detienen en una persona ensimismada allá en un rincón del recinto. Observan cómo ella se hace una con el rayo de sol que entra por el cristal de la ventana, una con el calor de la taza que tocan sus manos, una con el sabor del café, una con el ruido de fondo en el local… De repente, la mujer advierte que está siendo observada y sale de sí misma. Se rompe la magia. La entrega al momento, el abandono a un instante de plenitud colmado en sí mismo, desaparece. Las manos tiemblan ahora sobre la taza de café, y la espalda, antes relajada, adopta involuntariamente la postura de alerta. La máscara se antepone al flujo en una milésima de segundo.
En las lecturas que se remontan al origen de la primera partición, de la primera frontera entre lo externo e interno, entre tú y yo, pareciera que hubiésemos de recorrer distancias y milenios y pruebas insalvables para recuperar el cielo perdido, el edén del que supuestamente fuimos expulsados. Y, sin embargo, el retorno, la recuperación de esa percepción de unidad, acontece fuera del espacio y el tiempo, en la pausa entre respiración y respiración, en la detención de toda actividad mental.
El caso es que, pese a recordar por un breve instante el cielo que nos habita, los ojos que nos miran detonan en la mirada del yo -el sol quema ahora, la taza de café quedó vacía, en el local hay demasiado ruido, alguien me está mirando, ¿qué pensará de mí o qué se habrá creído?…-. Y, sin que nos demos cuenta, ya nos ha devorado otra vez el olvido…
El viaje de la Conciencia
La conciencia hace un viaje en el tren de la vida. Asoman paisajes a las ventanas de la percepción. A veces pasas por un túnel y nada se ve. Pero el tren sigue avanzando. A veces viajas de día, inmerso en las imágenes del exterior o hablando con las personas que comparten tu vagón. A veces viajas de noche y se apagan los paisajes que antes reclamaran tu atención. Entonces cierras los ojos a lo externo y otro mundo se despliega en tu visión interna. Un mundo que obedece a otras leyes, cuyo fundamento no es la solidez de la materia ni la veracidad de tus creencias. Un mundo que sostienes en tu sentir.
En la superficie del sentimiento, las emociones configuran imágenes. Si tienes miedos, los ojos del miedo recrean la escena donde contemplarse. Si tienes anhelos, tus aspiraciones fijan la mirada en eso que falta. Si tienes preguntas, interpretas las respuestas con la circunstancia que te estás viviendo. Y cuando no ves la respuesta, las cosas pierden su sentido. Pero el sentido de las cosas es que cada interpretación que haces tiene su razón de ser en cada circunstancia que le da vida. En la superficie del sentir todo es cambiante, por eso, después, con el tiempo, vuelves a pasar por los mismos paisajes y miran en ti otros ojos, desde más altura, o confundidos quizá porque el cristal de tus percepciones quedó empañado a fuerza de decepciones.
¿Quién mira detrás del cristal?
¿Quién interpreta el viaje?
Todo cambia y siempre eres tú. Tú quien miras y tú quien interpretas. Y por amor a la vida, eres en eso que ves, y eres en eso que interpretas.
La interpretación más completa es la del Amor, la de la Paz. Pero no el amor de ¡ay, cuánto te necesito! Y tampoco la paz de «con esto no puedo y ahí se queda y sigo adelante.» Porque, cuando miras con amor, no hay dejadez, ni abandono ni ansiedad ni condiciones. Todo está unido en la paz, por eso no hay contra qué chocarse. El pensamiento y el sentimiento se convierten en Visión. Lo ves todo de una vez. Sientes que sabes sin saber cómo lo sabes. Es el conocimiento hecho luz. Y, sin embargo, la claridad te dice en este momento que, mientras tu tren llega a su destino, los pensamientos e interpretaciones tienen su razón de ser, igual que las nubes. Aunque el pensar no sea el Conocimiento, igual que las nubes no son el cielo.
¿De qué depende?
«Ser feliz no depende de nadie»
Ahí andamos, tratando de anclar frases positivas en todas nuestras células y en todos nuestros espacios, sobre todo en los que pisa nuestra realidad. Ya sabemos desde el intelecto. Ya vamos viendo. Pero a veces se resisten las emociones, sobre todo las espesas, las que gritan su hambre de carnaza miserable que las mantenga vivas, y su grito nos araña las entrañas.
En ese reclamo vienen los recuerdos a la mente, las frustraciones, los desengaños, los desencuentros. Y le ponemos un nombre a nuestra desazón, y un rostro, y unos ojos que nunca nos vieron realmente, porque siempre miraron su propio brillo o su propia sombra en el espejo que nuestros ojos ofreció al mirarlos. Es entonces cuando despierta y ruge en nuestro interior la fiera de la desazón y la ansiedad, adormecida e indolente en la letanía de las frases positivas que no alimentan el sufrimiento.
Entonces es cuando digo «Ser infeliz tampoco depende de nadie» Yo alimento la dicha y también el desasosiego. Y cuando me quedo sin fuerzas para la una (la dicha) y para lo otro (el desasosiego), viene el recuerdo de nuestra amistad, el propósito común de ser felices, de ser plenos, de acudir a esa cita que tenemos con el amor auténtico; el que no depende de nadie, el que no pone ninguna puerta delante donde haya que llamar, porque ya nos está llamando desde adentro…
Aprendiendo a ser un puente
Me quedé a medio camino de ninguna parte. Ningún leñador quiso convertirme en fuego que calentase su hogar. Ninguna sombra ha refrescado el sudor de las gentes en las calurosas tardes del verano. Ningún fruto ha brotado en el borde de mis ramas que endulzara el paladar de bocas sedientas.
No recuerdo en qué momento la tierra empezó a resquebrajarse bajo mi tronco y la mitad de mis raíces quedaron desprotegidas a la intemperie. Nunca he medido el tiempo así como lo miden las gentes que habitan estos parajes, dejando la huella de sus ilusiones inscrita en la piel de mi tronco. Para mí el tiempo es un giro repetitivo que me fue estirando en cada vuelta. Las estaciones me han vestido y me han desnudado. Y, sí, a veces envidié a esos pies peregrinos que huellan otros caminos perdiéndose en el horizonte, pero me consolaba saber que, aunque nunca pude desplazarme en la extensión de estas tierras, he conquistado el horizonte desde las alturas a medida que mis ramas fueron ganándole espacios al aire.
El murmullo del río estuvo ahí desde siempre, manso en los días en que el viento se adormecía en los rincones del bosque, cantarín cuando una brisilla se desperezaba en las mañanas primaverales, tempestuoso en los grises inviernos. Creí que el río era mi amigo hasta que un día vi desbordarse sus aguas subiendo en embestidas sobre mi tronco. Abrazo torrencial que se llevó consigo la tierra que sostenía mi estabilidad.
Mi caída fue lenta. Sencillamente dejaron mis ramas de estirarse hacia las alturas y respondieron a la atracción que el suelo ejercía sobre ellas. Finalmente, mi tronco no pudo sostener por más tiempo la verticalidad. Sólo recuerdo el estruendo de la caída que me dejó viviendo entre dos orillas. Sin embargo, y ahora que lo pienso, me doy cuenta que estoy a medio camino de todas las partes, si acepto mi nueva condición de puente…
Lo mágico de cada relación
Las personas van pasando por nuestra vida, disolviéndose en el olvido para permitirnos el presente, como si las capas del tiempo no tuvieran preferencias y tratasen a todos por igual. El tiempo, sin embargo, no puede enterrar la esencia de lo vivido. No tiene fuerza suficiente para ocultar las huellas que quedaron marcadas en nuestro ser. Quien amó, nunca olvida que amó. Tal vez olvide a quién, pero en sí permanecerá para siempre, como una huella imborrable en su historia, ese sentir que le transformó en una persona mejor.
En alguna ocasión me pregunté si realmente amé, y todas mis relaciones desfilaron por la pasarela de la memoria, vistiéndose con mis miedos, dudas, desaciertos y una amplia gama de sensaciones. Quizá lo mágico de cada relación es que nos ayuda a madurar y convivir con nuestras propias emociones, para, finalmente, dejarnos frente a la verdad del amor. Amor desnudo y tan completo al mismo tiempo. Amor sin justificaciones, ni disculpas, ni condiciones. Amor sin miedo ni atrevimiento.
Seguro es que olvidamos. Con certeza que también nos olvidarán. Pero cómo arrancar de nuestro ser el hecho de haber amado aunque sólo haya sido por un momento. Acaso ese instante fugaz e imparable sea el único paso importante en nuestra evolución. Quizás al permitirnos la fusión con algo más allá de nosotros mismos le damos significado al motivo de nacer. Toda una vida para un instante. Días, años, sucesos, movimientos, tareas, y, al final, quizá sólo viniéramos a por momentos de comunión, y tal vez sea lo único que nos llevemos. Fusión que no es una idea ni un recuerdo, sino algo real que, por haber sido vivido en un presente real, nos sacó del mismo tiempo, de las mismas palabras, traspasando incluso la consciencia. Algo que siempre estuvo ahí incluso antes de la misma consciencia de haber existido… // Extracto del libro Girasoles al Amanecer
Al límite del espejo
En todos los libros palpita el conocimiento, aunque lo que se relate en ellos siempre nos parezcan sorbos de una verdad que nunca acabamos de absorber por completo. Los paisajes de la mente van poblándose en esos viajes que realizamos a través de historias novelescas, del cuento y su moraleja, de la poesía y su exclamación, o del discurso filosófico de un pensador que abre interrogantes en la mente dejando un trazado, un mapa, a la ruta vital y particular. Porque es en el otro libro, en el Gran Libro de la Vida, donde finalmente toman sentido los dichos que almacena el recuerdo o las exclamaciones que atesora el sentir más profundo; donde por fin se va desplegando la respuesta a esa pregunta esencial que nos lanza a la existencia una y otra vez. ¿Quién soy yo?
Luego, en algún momento, llega el momento en que las cosas se dan la vuelta. Algo así como si alcanzaras el límite del espejo y te toparas con el otro lado de la imagen. Es lo que veías, pero al revés. Y sucede entonces que empiezas a leer en la experiencia y es ésta la que va entretejiendo tu propia novela, y los límites de tu realidad ya no son las fronteras de tu comprensión, sino que confías en un paisaje que, aun difuminado, va tomando forma en los rincones inexplorados del ser, allí donde no alcanza el entendimiento pero anida tu sentir más hondo. Y es entonces cuando la página donde leías o escribías ya no está hecha de papel sino de aire fresco en el ocaso, de mentes abiertas a la nueva luz que asoma por el horizonte, de corazones que le cantan su poema al día y a la noche…
Nosotros
Amarte en esta soledad del yo
o buscarte en los espacios comunes del nosotros.
Me acerco a ti y saludo al nosotros
que está presente en cada acercamiento,
pese a que tú y yo lo ocupamos todo…
La Faz de España
Yo no quiero escribir más cuentos, abuelos poetas,
ni trazar renglones que opriman el pensamiento
siguiendo una trama repetida en el tiempo,
ni cifrar signos difusos sobre el silencio blanco
que guarda en sus entrañas memorias del futuro.
Y tampoco quiero remarcar la colosal arruga
de esa faz querida que se escapa del marco
buscando su canción entre los recuerdos dudosos
de tantas vivencias sobre la piel de estas tierras.
Yo quiero ser nieta de vuestros versos, abuelos.
Y si no me alcanzasen las palabras para hacer
una España así como antaño soñaran vuestras
plumas, los colores de Julio Romero de Torres
pueden alcanzarme para pintarle un rostro
a esta patria teñida tantas veces ya de tantos
contrastes, de arreglos y desarreglos, siempre
hecha y siempre inacabada, siempre perfecta
y siempre por hacer en el devenir detenido
y a la vez imparable de las cambiantes estaciones.
¡Ay, abuelos, poetas! Yo aspiro pintar con palabras
la luz que hace visible el perfil de un rostro cuyos
ojos recuerdo en un mar interminable de olivos
y anhelos inagotables por mirar detrás del horizonte;
de unos labios que en la infancia me besaron
dejando en la piel de la inocencia el olor del roble,
de la encina y del junco, cual aliento fresco que fue
dando forma con paciencia infinita a esta tierra arcillosa.
Pintar de azul los versos para que ese trozo de cielo
donde bebieron vuestros sueños, abuelos poetas,
sea el marco de un espejo donde sonríe la faz de España.
Angela Castillo
Poema seleccionado para la Antología de Vivencias convocada por Orola Ediciones. El tema monográfico del concurso fue “FACER ESPAÑAS”, un concepto con el cual se pretende resaltar y dar testimonio de lo que nos une a la comunidad hispanohablante. Nuestros anhelos y preocupaciones, nuestras diferencias, entendidas como riqueza y diversidad, y también nuestras miserias y flaquezas, para poner toda nuestra energía en superarlas.
El canto de ambos
Sus cantos son el mismo canto
pero ambos cantan a libertades distintas.
El uno vuela libre sobre el bosque del mundo. Le interesan todos sus recovecos, formas y habitantes. Todo ello da cuerpo a su amplitud de miras, y quizá por esto mismo desiste él de atraparse en el espacio que abarca una simple mirada, pues no hay rincón en el bosque donde quepa todo el bosque. Su naturaleza es visionar desde las alturas. No puede echar raíces en el terreno porque sus ojos piden visión y sus alas quieren vuelo.
La otra camina a su antojo en los límites del bosque, sin dejar que la frondosidad de éste atrape su atención. Mientras el viento sigue silbando los murmullos del mundo, ella peregrina sin rumbo sobre el desierto colindante y desconocido, buscando en el silencio de las arenas, cual si éstas fueran una página blanca donde escriben los pasos. Se dirige hacia un oasis que ha vislumbrado a lo lejos, pero a veces se equivoca de norte y despierta su sueño en la espesura y el ruido. Otras veces consigue alejarse lo suficiente… Silencio… Ahí nace un nuevo canto y, como una niña con zapatos recién estrenados, se lo ofrenda a las criaturas del bosque.
Sus cantos son el mismo canto… pero nacen de distintos espacios.
El oteador ha visto a la peregrina allá donde no alcanzan los ojos del mundo. Se hacen amigos. ¡Es tan difícil encontrar amigos en el cielo y en el desierto!
– ¿Adónde vas, caperucita?
– Al Oasis de mis sueños. ¿Vienes conmigo?
– ¡Claro! Contigo sí, porque si has llegado hasta aquí es que eres confiable
– No sé si soy confiable, pero yo confío
– ¿Y cómo es ese oasis?
– Todavía no tiene palabras
– Pues te dejo las mías que yo sé de gestión y sostenibilidad
– ¡Qué bien! Encontré a alguien que puede definir mi Oasis –canta feliz la peregrina.
El oteador se pone manos a la obra y conjuga los elementos que conoce del bosque, que son casi todos como corresponde a todo buen avistador. Recursos humanos, subvenciones, relieves geográficos, plan de trabajo…. Entre tanto, van dialogando él y ella para conocerse mejor. Emergen otras conexiones en la comunicación: espirales, números, ejes, energía, vibración… Así se viven y alimentan el cuento, hasta que el hilo narrador se rompe con la voz del realismo.
– Utopías, espejismos -dice el águila desde las alturas-. No tiene sentido un oasis entre la floresta, ni es posible plantarlo en una nube. ¿Cómo injertamos una parcela de bosque en el desierto?
– En realidad, no es cuestión de cielo o bosque o desierto–responde la peregrina– El Oasis no está en una geografía, sino en la dimensión que esta relación puede aportarnos.
El vuelo de él ensancha el horizonte de la otra. En el sueño de ella echa raíces el anhelo del otro. Desde la unión aceptan ambos sus particularidades, dejando cada vez más espacio a lo latente, a lo que empieza a tomar forma en la timidez de un balbuceo. Nace así una expresión inédita e inocente, ajena al pasado de él y de ella. Un nuevo canto emerge en cada presente que los hace presentes, entonando una libertad inédita que ahora es definida por ambos.
Publicado en la Revista La Tregua
Umbrales
¿Crees que has perdido el control por abrir donde decidiste cerrar? Piensas que te has desprotegido por traspasar una puerta sellada o un puente vetado. Dices que lo haces por amor pero, en el fondo, sabes que el amor en ti no necesita puertas ni puentes para expandirse. Y sabes también que es lo que llevas puesto en ti lo que encuentras al otro lado del umbral.
Quise consolar y descubrí que era yo quien necesitaba el consuelo.
Vine a explicar mis motivos y escuché otros argumentos.
No vi tu amor porque oculté el mío.
Todo es tan sencillo como esto: veo lo que muestro.
Descubro un corazón al otro lado de la puerta cuando traspaso mis umbrales con el corazón puesto…