Las emociones se identifican con el elemento agua.
En las Aguas de la Consciencia Colectiva, una mano invisible lanza una piedra con una emoción cualquiera (pongamos por ejemplo el Miedo), generando una onda expansiva que crece y crece a medida que más consciencias individuales resuenan con el miedo y se suman a esa ondulación.
En esas mismas Aguas se desliza ahora una pluma, del color de la Esperanza y con la forma de un cuento, que bien podría generar su propia onda expansiva, aunque una pluma no pese tanto como una piedra:
“En aquellos tiempos donde todas las voces parecían encontrarse y alzar su propia voz, los seres humanos vivían rápido y pensaban con impaciente lentitud. Eran los días propicios para el giro de un nuevo ciclo por explorar y descubrir, de un periodo inédito en el que la Humanidad sellaría la paz como escenario imprescindible para el cumplimiento de su soberanía y esplendor.
¿Paz? ¿Dónde? Eran las preguntas incontestables de una tierra consumida por el miedo, el desamor, la avaricia. Y, sin embargo, las respuestas se iban gestando en un nuevo paradigma que, imperceptible aún para la gran mayoría, alentaba el surgimiento de posibilidades posibles, de potencialidades poderosas, en un escenario de superación sobre tantas inercias revestidas de normalidad.
Las respuestas nacían en mentes apenas escuchadas que fueron uniéndose en un único destino. En la gestación de aquella nueva biografía del porvenir, surgió una primera chispa de ese fuego vital que daría un nuevo camino a la esperanza humana. Era inevitable que la agónica y quejosa repetición de ultratumba se abriese por fin a la luz, como una crisálida se abre al delicado vuelo en la metamorfosis que la convierte en mariposa.
Nacía pues la esperada voz de la esperanza, asomando en el naciente de un nuevo mundo. Y era la misma voz que pedía el acceso libre a la vida, despegando los labios por primera vez para compartir sus primeros sonidos de presencia y libertad.
Una Humanidad nueva amanecía entre las sombras de la noche. Se apagaban los ecos pasados del naufragio de tantas humanidades incumplidas, mientras el presente daba la bienvenida a una llamada ancestral, como un latido en la profundidad de cada criatura, en la esencia salvaje y universal de todos los seres nacidos para la gran aventura de vivir.
En el delicado hilo de la luz y del tiempo, la materia viva de aquellos días encontró sus refugios entre la realidad de lo visible y la no menos realidad de lo invisible. Era el tiempo de una gran alianza entre las mentes creadoras de un nuevo porvenir. El crecimiento de nuestra humanidad había llegado a su masa crítica. La Humanidad emergía de cada incursión, inocente y limpia de mentiras, con resplandecientes chispas de vida en cada conquista de paz, regresando victoriosa a la importancia de aquello que es verdaderamente importante, comenzando por la propia vida.
Fue el atrevimiento de lo nunca vivido (o de lo vivido solamente en ideales pero no en actos), dando fuerza a una memoria inédita que nos permitió regresar a nuestra propia soberanía, a nuestra más genuina Naturaleza, desde la profundidad y misterio de todas las historias olvidadas. La memoria de lo que siempre hemos estado destinados a ser. La memoria inédita de nuestra Humanidad…”