Es tan humano tener, o crearse expectativas, como aprender que el hecho de relacionarse invalida cualquier expectativa personal. La complejidad de las relaciones supera con creces a la enseñanza del colegio en que sabes qué materias tiene el curso y de qué lecciones se compone cada asignatura. El aprendizaje en la vida real, y concretamente en las relaciones humanas, es algo que escapa a cualquier programación previa.
Cuando medito en “qué aprendo realmente en el acto de relacionarme”, veo tramos que se convierten en nuevas etapas del viaje, indicando puntos de llegada que son nuevos puntos de partida en la culminación e inicio de un nuevo recorrido de conocimiento. Y observo que cada movimiento interno, que luego se manifiesta en un compartir experiencia, supera con creces el marco particular de aspiraciones y deseos personales.
En lo vertical, experimento el aprendizaje personal como una inmersión en las profundidades y un salto hacia lo transpersonal.
Y, en la línea horizontal, vas aprendiendo realmente a comprender mejor a las personas, sobre todo cuando recuerdas que tú también pasaste por lo que están mostrando, al margen de estar de acuerdo o en desacuerdo. De esta forma se llega a ver toda relación (incluso aquéllas que ya no son relación) sin más conflicto que el que tengas con tu propio recorrido.
Es un signo de victoria, en el aprendizaje, el simple hecho de comunicarse con sinceridad, poniendo sobre la mesa las cartas que ahora conoces, con las que cuentas. Algo parecido a: “no evadir la realidad, como premisa necesaria para evitar la invasión de lo ilusorio”.