Durante toda la existencia de Airjul, fue «inútil» la palabra con que todos le nombraron; la escuchó tanto en boca de familiares y amigos que su nombre quedó en el olvido. Sin embargo, él nunca se consideró un inútil por huir del trabajo y pasar su vida inventando artefactos. Cierto es que al verse tan humillado quiso ahuyentar su genialidad, pero ésta le persiguió hasta el final de sus días.
Cuando la muerte le llegó, Airjul tuvo la perversa suerte de ser conducido al Paraíso de los Ocupados, donde, sin descanso, los difuntos clamaban al son de la música de las esferas:
– El trabajo nos dignifica…
– El tiempo es oro…
– Lo importante son los resultados…
Como Airjul no hallaba su nota concordante en ese coro, pronto se dirigió al Presidente del Paraíso y le dijo:
– Este cielo se ha equivocado de fichaje conmigo. Soy un inútil para el trabajo.
– Alguna habilidad tendrás –alegó el otro.
– Sólo sé inventar cosas sin utilidad.
– Bien, pues ése será tu trabajo en este lugar.
Y así fue cómo en el Paraíso de los Ocupados pronto se vieron coches, teléfonos, ordenadores, televisiones…, y cómo los finados, por primera vez en un evo, disfrutaron de unas vacaciones.