Hemos partido en este Encuentro de ese silencio que acoge todos los sonidos, de ese espacio vacío donde caben todas las formas, de esa primera conciencia que brota de la vacuidad colmada de todas las posibilidades. Yo mirándome frente al espejo del mundo. Interminable habría sido este encuentro si hubiésemos tenido que confrontarnos e integrar en la estructura del Ser todas las variantes que ofrece el mundo en que vivimos, pero nos hemos centrado en ese punto de cohesión entre dos espacios de la realidad que parecen rehuirse entre sí: La realidad percibida por los sentidos externos y la realidad percibida por los sentidos internos. Existimos en un lado del espejo excluyéndonos del otro. Vivimos dentro del Círculo Sagrado del Corazón, donde todo instante es naciente, nuevo, irrepetible, como un flujo constante de ese algo inexplicable que a la vez nos colma y vacía… o nos perpetuamos en la huella cristalizada de nuestros esquemas mentales o circunstancias vitales. Soy la huella o soy el flujo… Soy amor adiestrado o amor en trance…
El Amor no se sostiene en negaciones. En el Círculo del Amor siempre hay espacio para acoger e integrar a lo otro, para reconocer en mí lo que sea que vea del otro. Así se va ensanchando el sentimiento y así se van rompiendo los límites de las creencias que nos mantienen restringidos en el marco de la definición.
Vivir desde el corazón no es estar aquí o allá; es sentir, experimentar desde ese punto de unión entre lo otro y yo (el centro del círculo está en cada uno de los puntos que configuran la circunferencia). Es la conexión que nos da la fuerza para dar el salto y transformarnos en una nueva y más amplia percepción de nosotros mismos. Y, he aquí que, como por arte de magia, del espejo que nos refleja en la realidad desaparecen las imágenes que ya no pueden identificarnos, y asoman nuevos paisajes que muestran en qué medida hemos cambiado.
¡¡¡Gracias, amig@s, por activar con vuestra presencia el núcleo de este trabajo!!!