A lo largo del intenso verano, el día fue menguando en su giro incesante hasta equipararse con la noche que, en la misma medida, ha ido alargando su velo estrellado sobre el tiempo. Luz y oscuridad convergen ahora en un punto equidistante. Equilibrio de los opuestos que vivimos por un día y ante el cual muchos pueblos siguen elevando el fuego sagrado, poniéndole al Abuelo un rezo de trasmutación para la Madre Tierra, para el ser humano, para la vida misma… Agradecimiento por los frutos de las estaciones vividas y apertura a los cambios que la nueva estación trae consigo… Mas, como arriba es igual que abajo y adentro es igual que afuera, la ceremonia también es vivida en el interior de cada participante que ha puesto ahí su corazón, su rezo… El Fuego del Espíritu aviva en nosotros el continuo flujo de renovación, enciende la voluntad que impulsa nuevos propósitos para una nueva estación, funde todos aquellos elementos que nos sirvieron ayer para avanzar pero inútiles ya en este nuevo ciclo, evapora las ideas y pensamientos opresivos y nos deja la claridad resplandeciente de un cielo más limpio en el horizonte de nuestra mente…
“Mi alma derrocha fragancias mientras vuela con el polen de la primavera, desperezándose entre pétalos de flores y alas de mariposa… Mi alma suda madurando las siembras del verano, se regocija en la risa de los niños, se mece en las intrépidas olas, adormeciéndose en las tardes de solano… Mi alma apremia, con los vientos del otoño, por dispensar sus cosechas; no sea que el invierno se apresure devolviendo los frutos a la tierra… Mi alma se recoge en la escarcha de los amaneceres cuando arrecian los fríos del invierno, escondiéndose en las grietas del hielo, acurrucándose en la soledad de los hombres…”
Extracto del libro «Girasoles al amanecer«